*El libro de Walter Lingán se ubica en una frontera, entre el relato etnográfico y la creación literaria, entre la riqueza de la oralidad y las posibilidades de la escritura.

En la vida de los Omagua de entonces existía un personaje misterioso, un ser enigmático, que cada cierto tiempo aparecía entre las islas y las aldeas. Su repentino arribo era todo un acontecimiento que paralizaba las normales labores diarias y los habitantes le rodeaban dispuestos a escuchar sus palabras. Es posible imaginar que ese visitante era la memoria verbal y ancestral del linaje, el mensajero sagrado que venía del pasado para unir a los de su sangre y el profeta que había usado la curupa para columbrar el porvenir. En el principio era el verbo y el verbo oral era fundamental para mantener la identidad de la estirpe. Lo mismo hace entre los Machiguenga el convertido Saúl Zuratas en la novela El hablador de Mario Vargas Llosa. En la ruta de los aportes esenciales de lo oral aparece la obra Koko Shijam, el libro andante del Marañón, de Walter Lingán.

Editado recientemente por Tierra Nueva, la novela se refiere a un andante awajún dotado de poderes sobrenaturales, de logros y dones chamánicos, gracias a la intervención de los dioses ancentrales y oriundos que le eligieron para que cumpliera una misión trascendente. Desde las entrañas de la aguarunía, desde lo esencial de la vida de esos indígenas, el personaje se convierte en un difusor ambulante de los logros y conquistas propias y de la cultura aborigen. Es un peregrino perpetuo porque nunca esta quieto, porque anda de un lugar a otro, hablando sin descanso como un emisario o un portavoz de historias de diversa índole. En su incesante itinerario visita lugares que no pertenecen a su linaje.

Es decir, ese narrador incesante viene de adentro y se expande hacia afuera, hacia otros ámbitos.  El movimiento no es nuevo. Está en las entrañas de lo selvático. El historiador Larco Hoyle sostiene en su libro Los Mochicas que los chamánicos amazónicos fueron los primeros en enlazar o conectar el territorio que después se llamaría Perú. Continuando con esa tradición, Koko Shijam hace lo mismo, haciendo conocer a los demás los valores de su estirpe, actuando además como una alerta o advertencia ante los enemigos y depredadores del espacio amazónico. De esa manera se convierte en un porfiado luchador contra el mal, vertiente de las tinieblas que surgió en la historia del linaje awajún.

El conflicto contra las sombras es, probablemente, la mayor preocupación de ese peregrino que nunca deja de mencionar la acción perniciosa de tantos emisarios de la barbarie. En sus relatos late la urgencia de oponerse a todas las iniquidades que han perturbado y todavía perturban la vida selvática. Él es como una víctima de tantas hecatombes que tiene solo las palabras para defenderse, para anunciar la salvación. Esas palabras se convierten en los vehículos que buscan concientizar a los diferentes auditorios para cambiar la inercia de una historia oscura que se repite a través de los siglos.

En su prédica permanente no excluye a nadie. Desde lo marginal, desde la periferia, difunde sus mensajes para todos, democratizando el conocimiento, evidenciando la sabiduría que ha heredado y que ha adquirido a lo largo y ancho de los años. Y visita distintos lugares, se entrevista con variados personajes hablando siempre, contando sin descanso. La palabra oral es acción, es vehículo que convoca. La travesía que ejecuta le convierte en un personaje conocido en varios lugares y no faltan individuos que le piden que narre sus historias. Así el verbo hablado cumple con la misión de trascender y de expandirse sin tregua. 

El libro de Walter Lingán se ubica en una frontera, entre el relato etnográfico y la creación literaria, entre la riqueza de la oralidad y las posibilidades de la escritura. De ese enlace o encuentro surge el peregrino awajún que cuenta sucesos ancestrales, que relata historias que se refieren al inicio de las cosas y los seres, que advierte sobre los peligros que se ciernen sobre la fronda. En el principio era el verbo. En el presente también es el verbo y todavía estamos a tiempo de escuchar los mensajes de ese oriundo andariego e incansable.