Tamos jodidos

Entre los “del interior del país” me quedó con los nuestros: Miguel Donayre, Percy Vílchez, Héctor Tintaya, Paco Bardales, en ese estricto orden de méritos. Hay otros más, por supuesto, Raúl Tola y más. Pero la lista es incompleta para que venga la segunda, porque como en la marinera no hay primera sin segunda, señores.

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Entre letras y letras se va construyendo la vida. Se puede prescindir de todo, menos de las letras. Y ellas están en las librerías. Así que quien aún no las ha visitado está a tiempo de hacerlo. Por lo menos la crónica de esta semana deja entrever eso. Y habrá que seguir ese camino para no estar tan jodidos como tamos.

Tamos(*) tan jodidos en cuestiones que en otros lugares suenan normales que, por ejemplo, si uno por los demonios que lleva dentro decide escribir sobre los libros que va leyendo o las visitas que de cuando en vez realiza a las librerías de la ciudad donde radica al toque puede recibir la frase “y qué se ha creído éste”. Pero aún con ese riesgo no puedo resistir la tentación de contarles algo de la buena charla y el paseo bibliográfico que realice el último fin de semana junto a dos personas que, para qué les cuento, son una maravilla, con los matices personales que uno pueda poner a las maravillas que va encontrando a su paso.

Tengo la mala costumbre, como muchos peruanos y loretanos de Italia, de llegar tarde a las citas, así que a las 12 con 29 minutos aterricé en el “óvalo Gutiérrez” con una frase provocadora: disculpen la puntualidad. Y así, entre proyectos y sueños, hablamos de las cosas bellas que tiene la vida y sin querer queriendo nos vimos recorriendo por lo menos dos librerías de la zona preguntando por “Vargas Llosa, tal cual”, investigación realizada por Herbert Morote y editada por Jaime Campodónico que, vaya vaya, nos permite conocer la realidad peruana a través de la familia paterna del Premio Nobel.

Créanme que ver a Chema deleitarse con la literatura infantil y quedarse más tiempo de lo literariamente correcto en la zona para niños no solo enternece sino que nos vuelve a ese niño que todos llevamos dentro y que los sicólogos explican en el primer curso de introducción a esa materia. Y es que la literatura infantil debería ser a los hijos como llevarlos a la mejor diversión. Porque, vamos, los libros permiten en la mente de los infantes trasladarlos a ese mundo de lo inimaginable. Y como el libro que buscábamos se había hecho humo no tuve mejor idea que comprar la última de Santiago Roncagliolo y como no hay peor gestión que la no realizada, me despedí del músico Abraham Padilla y de José María pero me fui a hacer el último intento. Así conseguí el libro sobre MVLl. Todos deberíamos leerlo. No solo porque en sus primeras páginas nos bofetea con el dato sobre que Perú “año tras año aparece entre los 7 peores países en educación escolar del mundo”, según el informe Pisa dela OCDE, sino porque es una radiografía de la realidad peruana. Literaria, se entiende. Y social, se sobreentiende.

Y en esta fría primavera limeña he recordado (flash back le llaman los estudiosos, no?) cómo recorría las librerías capitalinas adquiriendo todo lo que estaba a mi alcance. Y a mi alcance estaban los libros que la billetera resentida de un estudiante universitario provinciano podía sostener luego de una noche de juerga de la quincena que los familiares se esforzaban por enviar. Cada mañana después de la jaqueca de los tragos deambulaba por las librerías callejeras donde se ofertaba ejemplares usados y así fue descubriendo a los clásicos y modernos. A los contemporáneos y no tanto. Y en esos recorridos juveniles fui adquiriendo la costumbre de leer siempre un libro. Cualquiera. Así he devorado en los últimos días, letra por letra, “El cartel de los sapos” que narra la historia colombiana a partir del narcotráfico. Que es la historia nuestra, la historia mía, como dice la salsa.

Y uno quiere seguir leyendo. Y no les cuento lo de las últimas publicaciones de Tierra Nueva, donde Miguel Donayre y Javier Juárez nos trasladan a hechos que los loretanos deberíamos conocer con más detalles, sea novela o ensayo. Porque la vida amazónica es mitad novela, mitad ensayo y, si quieren, hasta un poco de comedia. Pero es nuestra historia. Y la cuentan foráneos y oriundos. “Fulgor de luciérnaga” y “A diez días del paraíso”, próximas a publicarse deberían ser de lectura obligada.

Y sin percatarme tengo que concluir esta entrega y prender la tele y enterarme que un joven asesinó a su ex enamorada porque no soportó la infidelidad hecha pública por ella. Claro, Dios perdona el cuerno pero no el escándalo. Y de escándalos está llena la televisión peruana porque con sus matices del formato la caja boba nos traslada en imágenes a lo que lo libros nos lleva con la palabra. Y si no se dan cuenta las letras están en todas. En todas. Sin letras no fuéramos nada. Ya lo dijo Beto Ortiz,  “Hay que hacer todo el esfuerzo posible por intentar escribir mientras se habla, por supuesto, porque al final, también se habla con letras”.

Y antes de terminar les envío unas claves. El desayuno obligado de todos los domingos es Beto Ortiz y como postre mañanero de ese día no encontré mejor servidor que Pedro Salinas. De lunes a viernes sería un sacrilegio no echar una miradita a Augusto Álvarez Rodrich y sus dardos y petardos que casi siempre dan en el blanco. Cada quincena también es bueno darle una miradita a las piedras de toque de “nuestro” Premio Nobel, mejor si opina sobre lo que sabe y no se mete en la onda pontificar sobre el pensamiento único. De hecho que los jueves hay que leer a César Hildebrandt como una forma de evitar que el jugo gástrico termine socavando las cavidades estomacales. Entre los radioloros hay que ser reiterativo: José María Salcedo sigue provocando las sensaciones radiofónica que se propone y es inevitable escucharle a la una de la tarde y, si el tiempo lo permite, de ahí quedarse con los chistosos que a veces es lo más serio de la política peruana. Entre los “del interior del país” me quedó con los nuestros: Miguel Donayre, Percy Vílchez, Héctor Tintaya, Paco Bardales, en ese estricto orden de méritos. Hay otros más, por supuesto, Raúl Tola y más. Pero la lista es incompleta para que venga la segunda, porque como en la marinera no hay primera sin segunda, señores.

(*) Si la Real Academia de la Lengua Española ya aceptó –como no podía ser de otra forma- el verbo tuitear, también tendrá que aceptar la palabra tamos.