ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

“El padre Miguel consultaba mucho la Biblioteca Amazónica. Cuando se marchó para trabajar en Santa Rita siempre que regresaba a Iquitos no dejaba de ir a la Biblioteca en busca de libros, acompañado de Manuel Berjón”. En esta frase, pronunciada por Alejandra Schindler que conoce varios detalles de los sacerdotes que han pasado por Iquitos, se resume gran parte de la vida del nuevo Obispo de Iquitos, Miguel Ángel Cadenas Cardo.

Cuando le visité en sus últimos días como párroco de La Inmaculada Concepción en Punchana, le pregunté qué ha cambiado en su vida al llegar su nombramiento desde El Vaticano. “No puedo leer libros y no puedo estudiar como antes”, me dijo mientras su hermano del alma me pedía que busque entre los archivos de editorial Tierra Nueva aquel libro que publicamos cuando ambos pastoreaban por Santa Rita haciendo lo mismo que han hecho siempre: escuchar, entender, comprender, caminar con la gente. Mientras salgo de su oficina no dejó de preguntarme ¿cambiará Miguel ahora que es Monseñor, que es Obispo? Será lo que diga el Señor, tomo sus palabras para responderme. Su actitud seguro que no va a cambiar nunca. Pero tendrá que viajar más -con la ausencia que implica- y dedicarse a tareas que le llevarán tiempo y le alejarán del pastoreo directo. Pero así es la vida del obispo.

Si me pidieran una descripción de su rostro y de su hablar no dudaría en decir que en sus pupilas siempre está dibujada el dolor, la solidaridad con los que quieren mejorar un poco su condición de vida. No es retórica. No necesita de cumplidos. De todos los curas que conozco -y vaya que son muchos- es uno de los pocos que no habla de humildad, sino que la practica cotidianamente. Es lo más alejado de las poses y, a pesar que desde su nombramiento ha sido acosado por los periodistas, recibe con igual respeto a quienes le buscan por el puesto que estrena como a quienes le han buscado siempre.

Porque él -junto con su ikarador Manolo Berjón- siempre ha estado vinculado a los grupos que buscan justicia. Ya sea en Santa Rita de Castilla con el derrame de petróleo que contaminaba el río Marañón o, en los últimos meses, en los asentamientos de Punchana donde los pobladores han tenido en él un compañero inseparable en sus luchas por una cuestión elemental en todo cristiano: vivir en condiciones humanas.

Por eso, cuando la lluviosa -el cielo está alegre y por eso alguien envía agua para que el sembrío mejore y la cosecha aumente, de sacerdotes me refiero- mañana del domingo se convirtió en Obispo y al verle tendido por varios minutos en ese ritual obligado que su vocación manda he pensado que se habrá imaginado las decenas de tardes lluviosas que junto a Manolo hablaban en los pasadizos del colegio San Agustín sobre cómo hacer que las autoridades no sólo atiendan los pedidos de los ciudadanos de Santa Rita sino que los traten como seres humanos.

Su trabajo con animadores ha marcado la mirada que tiene sobre Loreto y la Amazonía. Su ámbito de acción siempre ha sido lectura de la Biblia, promotores de salud, animadores cristianos. Eso era en Santa Rita de Castilla, adonde fue porque el padre Fernando Joven le recomendó que si deseaba conocer la Amazonía tenia que ir al río. Y el se fue al río Marañón. Que se une con el Ucayali para formar el Amazonas, pero que a él y a Manolo les ha servido para caminar con la gente, navegar con los animadores y nunca desanimarse. Salió luego de varios años, pero no es difícil percatarse que su trabajo pastoral le ha marcado con y por ese pueblo.

Quien le dio las facilidades para ese trabajo fue el Obispo Julián García Centeno. Si el hoy obispo emérito siempre le apoyó no era únicamente porque fue quien le ordenó como Diácono, sino que también presidió la ceremonia en España cuando se ordenó como Sacerdote. Por eso le pidió a Julián García que él mismo oficie la homilía en la ordenación episcopal como Obispo. No se podía negar. Así fue que por primera vez en Iquitos se realizó la ordenación episcopal de un Obispo presidida por otro Obispo. De obispo a obispo, ambos del Vicariato Apostólico de Iquitos.

Manolo Berjón es un compañero desde la infancia, han recorrido caminos en común y navegado ríos interminables no sólo en la geografía sino en los sueños y esperanzas. “Es un amigo entrañable”, nos dice. “Se olvidan del trabajo que hace Manolo, que es una inteligencia que aporta a la Iglesia”, advierte ahora que se ha convertido en una figura mediática. Es que no puede hablar sin referirse a Manolo y a la periferia. “Sin el trabajo ribereño, sin la periferia, no se puede entender el trabajo de la Iglesia”. Las ciudades tienen dinámicas diferentes y la ruralidad no es vista en su real dimensión, es una deficiencia de la propia Iglesia, a pesar que el esfuerzo es enorme, lo dice con cierta autocrítica.

Como los periodistas queremos adivinar el futuro y queremos saber cuál será su línea de acción, no dudo en soltarle la pregunta. “Eso no se puede saber”, responde. Su estilo personal le acompañará toda su vida, sin duda. Está consciente, sin embargo, que teniendo una visión personal del trabajo pastoral ahora el cargo le obliga a adoptar posiciones colectivas. Y para ello acudirá a los acuerdos de la Iglesia, seguramente. Por eso nos explica que el llamado “Concilio de Jerusalén” marcó una forma de trabajar y entender el cristianismo y que por este tiempo el Papa Francisco habla de Sinodalidad, que es caminar juntos. “Si no caminamos juntos no vamos a salir adelante”, es como una frase pensada desde joven. ¿Cuál es la clave para caminar juntos en un pueblo tan diverso?, le pregunto. Hay que tener convicción, paciencia y respeto. Lo dice con toda la convicción. No es de muchas palabras. Aunque siempre la ha usado para su prédica.

 ¿Vas a meter tu cuchara en el tema petrolero?, quiero saber porque tanto en Lima -al enterarse de su nombramiento- como en Iquitos los que bailan la danza del petrolero le tienen como un testarudo opositor a la explotación petrolera. “No hay ninguna cuchara que meter, el mismo Papa Francisco lo ha dicho con todas sus letras”. Claro que hoy su posición será mediática. Sobre algunos cuestionamientos al trabajo de la Iglesia en Iquitos, él está consciente que no le corresponde manifestarse. Hay sombras, se limita a decir “pero no me corresponde a mi decirlas”. Mejor hablemos del aporte de los agustinos con toda la carga positiva en educación, cultura, deporte y más. Ya se trabaja -con el hermano Víctor Lozano y el padre Miguel Fuertes- la posibilidad de reabrir la Biblioteca Amazónica y volver a las ediciones de “Monumenta Amazónica”. Hay que dejar que ese trabajo siga su camino, siga su curso y ojalá se concrete.

¿A quién encomendarás tu Obispado?. Me responde que a “la Señora de la Consolación, es la Patrona del Vicariato y es una devoción agustiniana”. A ella se encomendará. Lo más importante es el trabajo de los animadores, los que hacen su labor en la base, que son testimonio de vida. “Es una tarea de la Iglesia, estamos buscando gente que nos ayude, los catequistas que realizan trabajo pastoral, eso es mirar a la Iglesia desde su fundamento, que son los que realizan una labor a veces invisible”. Cierto.

Al ver la alegría de los asistentes a la Ordenación Episcopal intento que alguien recuerde algo similar. Salvador Lavado, reportero de Pro & Contra que se protege de la lluvia dominical cree que algo parecido se vivió cuando llegó el 5 de febrero de 1985 el Papa Juan Pablo II. Salvando las distancias, la emoción que se vivió en el patio del Colegio San Agustín tiene algo de esa mañana de la década del 80. Pero intento conocer algo más. ¿Qué hicieron sus antecesores, cuál era la línea de trabajo que marcaron y las obras que dejaron?

Consulto a una de las personas que más conoce sobre el trabajo de los últimos obispos en Iquitos y él me pide que no le nombre como una condición para revelarme algunos detalles. ¿Qué tal era el obispo Ángel Rodríguez Gamoneda? Le wasapeo la pregunta. “Tan viejo no soy” me refiere risueñamente y comienza su recuento con el sucesor de Rodríguez Gamoneda, Monseñor Gabino Peral de la Torre.

“Gabino Peral de la Torre manejaba su jeep y comenzó un trabajo en los alrededores de la ciudad. Fue el que comenzó la construcción de parroquias al fondo de la Putumayo cuando esa zona era vista como alejada”. Siendo muy activo tuvo que detener su ímpetu cuando le cogió una parálisis facial cuyas secuelas le acompañó hasta que decidió viajar a Bogotá donde le esperaba una casa de retiro y dejó como titular a Julián García Centeno. Con Gabino, porque eran los signos de esos tiempos, se comenzó a construir centros técnicos y lugares como “La Casa de la Niña de Loreto”, entre otros y comenzó aquello de los colegios parroquiales que en su momento impulsó el padre Ángel Pastor. “La primera escuela parroquial fue Nuestra Señora de Loreto”, me dice con orgullo de católico antigua y chapado a la antigua, también.

Julián García Centeno jugó un papel de mediador cuando hubo protestas, por ejemplo, en el Instituto Superior Pedagógico. Las protestas llegaban hasta las oficinas del Vicariato, pero Julián siempre mantenía las cosas en calma. La transición entre Gabino y Julián no fue muy notoria porque mientras aún era Obispo uno el otro era el adjunto y poco a poco fue asumiendo responsabilidades.

Cuando pido un resumen del Obispado de Miguel Olaortúa -el vasco que le tocó la nada agradable tarea de cerrar la Biblioteca Amazónica, liquidar el Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía y con ello paralizar todo el trabajo de promoción cultural donde la Iglesia tenía presencia importante- el interlocutor trata de comprender a Miguel. Habrá sido la suerte que le tocó, me dice. A pesar de mi insistencia no quiere darme detalles sobre la efímera y controvertida gestión del vasco que tenía la costumbre de oficiar misa en la Iglesia Matriz todos los días, previa sentada en una de las bancas de la Plaza de Armas. Sin mayores detalles a la vista se puede caer en el peligro de ser injustos con la calificación de un Obispado muy corto, además.

Ya tenemos obispo. Como dijo Julián García Centeno la mañana del domingo, luego de un tiempo de espera del pastor hay que tener esperanza y alegría en un sacerdote que conoce la realidad de la zona porque ha vivido en ella y porque sabe que si antes tuvo que irse a los ríos para conocer lo que es Amazonía, hoy tiene el compromiso vocacional de no alejarse del río, de la ribera, para seguir acompañando a los fieles en el objetivo de mejorar la condición de vida. Y si no se logra mejorarla, al menos que no sean víctimas de atropello y maltrato. Ni con la explotación petrolera ni con la postergación de sus demandas.

Miguel Cadenas ha trabajado -desde su llegada- con animadores cristianos de las comunidades. Santa Rita es un claro ejemplo de eso. Masusa, también. Por eso no llamó la atención que en su primer discurso como Obispo trate de nombrar a cada uno de los líderes comunales, algunos de ellos lamentablemente muertos. Pero con los vivos que están en Santa Rita, Masusa y toda la jurisdicción seguro que va a emprender un fortalecimiento del trabajo que ha sido su razón como sacerdote. Esos animadores del Vicariato han sido formados prácticamente por él, con la ayuda y soporte de Manolo Berjón. No se entiende el trabajo de Cadenas sin el acompañamiento de Manolo. Berjón tiene en Miguel Ángel no sólo un compañero de ruta sino un cómplice de sus sueños. Siquiera el sueño de ambos de una Amazonía más justa y mejor cuidada que se cumpla servirá para que los cronistas del futuro escriban que en Iquitos hubo un obispo que con el acompañamiento de su amigo de infancia hizo de la capital loretana un mejor lugar para vivir.