En una rutinaria batida la policía secreta de Ucrania detectó el mural de Cesar Calvo de Araujo. En una galería clandestina estaba vendiéndose por partes  y cucharadas,  envuelto en bolsas de plástico como si fuera  la obra cumbre de los indios motilones. El escándalo por esa estafa fue mayúscula. El aérea cultural edil maynense puso el grito en el cielo, presionó a nivel diplomático, sacó su pasaje y sus viáticos   y voló hasta esa remota ciudad con la intención de  traer volando ese  patrimonio  cultural.

En un vuelo oficial y contando con la protección de la policía de varios países,  el mural calvista volvió a la tierra que lo vio nacer. El arribo de tan singular obra fue motivo de desfile, de parranda, de feriado largo, de peticiones de aguinaldo. En la sala de exposiciones del museo del mambo dicha obra fue dejada provisionalmente. O sea toda la vida,  para ver donde podía instalarse. Entre tanto, por simple curiosidad, el mural fue sometido a la labor del carbono 14, de la potencia del láser, de la adivinación certera de varios tabaqueros.

El resultado fue desastroso. Lo que vino de Ucrania no era el mural original de Calvo. Era una copia perfecta, una falsificación tan exacta,  que la obra verdadera parecía de mentira. Así fue como se perdió para siempre esa riqueza urbana. Para siempre jamás. Todo el mundo creía que esa obra seguía guardada en el Parque Zonal, esperando el momento de ser mostrado a la comunidad. Pero el mural se hizo humo y nada como el soplo del ser. Nadie nunca mencionó el hecho doloso.  Jamás  arribó a Iquitos el experto que iba a restaurar esa obra. Lo peor fue que hace poco se supo que el mural iba a ser vendido al emir no se sabe cuántos. Ni a como. .

 

 

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