Está demás decir que a raíz de los viajes por el mundo y suburbios con los que he matizado los últimos dieciséis meses de mi existencia he afinado mi sentido de la desubicación y he adiestrado mejor mi nulidad para los encargos. Si ya comprar prendas personales es un ejercicio de equivocación constante, se entenderá que tratar de agradar a los seres queridos con un obsequio viajero se ha vuelto una pesadilla de la que –curiosamente- nunca quisiera despertar.

En el duty free del aeropuerto de Barajas he terminado comprando los polos deportivos al doble de precio que los ofertados en las calles céntricas de Madrid y, encima, del equipo contrario del encargo femenino que recibí perentoriamente desde una cabina lenta de Iquitos lindo y querido. Porque –luego de varios días comprendí- que no debe ser agradable para una hincha estética del Real Madrid que sueña con que le entreguen una chalina de los merengues y el despistado del encargo le alcance una del Barcelona FC que, encima, tiene impresa la foto del argentino diminuto. Eso, también, me imagino, provoca la rabia antes que el agradecimiento del destinatario. Destinataria, mejor, para ser exactos y correctos con el género. “Si serás bruto, no Jaime”, ahí escucho en mis noches de soledad.

En la discotienda del mismo lugar adquirí la versión equivocada de Shakira en lugar de comprar el CD donde la barranquillera -¿o barranquillana?- entona magistralmente las canciones que motivaron el filme “El amor en los tiempos del cólera”. Claro que eso motivó la cólera en varios tiempos del destinatario que al momento de escuchar sólo atinó a maldecir a Piqué con la sinrazón que “siempre mete goles, pero a su propio arco”. Y por ello no es digno del amor de la portante del más lindo porte y caderas caribeños.

En el downtown de Miami me entusiasmé como el carajo ante las ofertas del dos por uno que una zapatería de marca ofrecía y de un solo sopapo –algo totalmente inusual en este pechito- embolsé cuatro pares cuyas combinaciones de colores eran muy personales y donde –como siempre- prevalecía el verde y rojo. Todo bonito con los zapatos sin pasadores. Todo bonito. Hasta que llegué a Iquitos y resulta que ninguno era 38 como creía al momento de comprarlos sino que oscilaban entre 42 y 44, medidas que superaban mis pies pequeños y que ni poniéndolos harto algodón se volvía cómodo. Así que las equivocaciones más terribles son en mi contra, además.

Y así voy por el mundo comprando cosas que nunca uso o que descubro a los años arrinconados en algún lugar de la casa. Y no sé por qué a pesar de esas equivocaciones imperdonables me siguen encargando objetos. No lo sé, en verdad, y por los que he recibido el nada agradable sobrenombre de despistado. Y yo, que no pienso cambiar, respondo: despistado y qué. Y ya les contaré cómo me faltaba los brazos para cargar artículos de Victoria´s Secret que tenían los colores y las tallas recontra equivocadas.