Por: Moisés Panduro Coral

Mi amigo y compañero Javier Barreda, sociólogo y dirigente aprista, acaba de publicar en un diario de circulación nacional, un excelente artículo que nos muestra y delimita el antiaprismo en sus variadas formas, posturas y orígenes. Particularmente pienso que no está mal que hayan antiapristas, la tendríamos fácil de no ser por ellos, y como sabemos, nada de lo que es fácil resulta bueno, porque te atrofia, te envilece, no te obliga a ejercitarte, no te exige mejorar continuamente. Desde ese punto de vista, el antiaprismo deviene en una necesidad política, una vacuna para nosotros, un antídoto para la toxicidad política.

En líneas generales, reconozco cuatro tipos de antiaprismo. Uno, sincero, que es ideológico, de perspectiva filosófica, de raíz doctrinaria. Puedo poner como ejemplo a algunos teóricos y sindicalistas de la izquierda comunista y trotskista que blanden todavía -muchas veces involuntaria o eufemísticamente, el concepto de la lucha de clases del marxismo contra el genial concepto aprista de frente único de clases. Son escasos, lo sé, diría que son una especie en extinción y por eso mismo estamos obligados a cuidarlos y protegerlos, ¡que sería de nosotros sin su antiaprismo! ¡Como reproduciríamos ad infinitum la victoria doctrinaria de Haya de la Torre en la interpretación de la realidad nacional en los países de América Latina!

Otro es el antiaprismo herencial. No es la ideología la que diseña su postura, no es la visión de mundo la que plasma su antiaprismo; el suyo proviene de la herencia con la que cargan generación tras generación. Algunos son dignos e inteligentes como lo era mi abuelo paterno que me apreciaba y me quería, a pesar de mi aprismo. Era un tipo fuera de serie, muy culto. En cambio, tenemos aquellos cuya genética antiaprista proviene de los avatares políticos, triunfales o fracasados, de sus ancestros que traídos al presente engendran rencillas de intensidades diferentes según el tiempo y lugar. Aquí puede estar situada parte de la caviarada de izquierda, de derecha o de cualquier pelaje que se acicala frente al espejo. Que los necesitamos, sin lugar a dudas ¡como nos esforzaríamos por superar esa imagen que los dignos antiapristas tienen de nosotros si no tuviéramos que demostrarles lo contrario! o ¡cómo les diríamos a los caviares que su jerigonza no necesariamente es signo de una elaborada intelectualidad!

Tenemos también el antiaprismo de mala leche. Generalmente, son poco reflexivos, intolerantes, pechadores, viven todavía en la cueva de Altamira. Es un antiaprismo patológico, enfermizo, rudimentario. Aquí tenemos al antiaprismo asesino de los senderistas que como bien recuerda Javier, acabaron con la vida de 1,300 apristas, y el antiaprismo crónico tipo popy olivera.  La gran mayoría, sin embargo, no tienen ideología, ni saben de historia, ni de filosofía, pero pontifican sobre ellas en base a las lecturas de los titulares de la prensa chicha que financió el fujimontesinismo en años no tan lejanos. Éste es un antiaprismo ramplón, de baja estofa, boca suelta, de conducta chavetera y lenguaje carcelario. Su arma es el insulto, la procacidad, el facilismo de expresarse de los apristas conforme su lengua les dicta. Suena paradójico, pero este antiaprismo obsesivo y anómalo tiene un efecto contraproducente: ¡nos hace más fuertes!

Existe, salvo mejor opinión, el antiaprismo convenido. Es oportunista, se comporta según la ocasión, franelero con algún gobernante antiaprista. Más o menos, como se comportan los “apristas” propensos al mercantilismo que se vuelven apristas cuando el APRA  gana una elección y se convierte en gobierno, después no se les ve y hasta se coluden con los antiapristas herenciales y los de mala leche para afinar su antiaprismo.

Si usted se considera antiaprista y no está en ninguna de estas categorías, preocúpese. Es probable que no sea antiaprista, a lo mejor es simplemente un no aprista, un apristón, o tal vez un ciudadano a quien no le hace gracia el antiaprismo.