ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Todos los testimonios de lo vivido en el estadio de Iquitos con la despedida de Monseñor Julián García y la bienvenida a Monseñor Miguel Olaortua al Vicariato de Iquitos evidencian que fue cálida y emotiva bañada por el deseo de los católicos que se continúe lo bueno hecho por el que se va y se impulse –como el trabajo con los jóvenes- lo que por diversos motivos fue una omisión de quien reemplazó a Gabino Peral de la Torre. La jerarquía católica de Iquitos y todos los sacerdotes que trabajan en las 24 parroquias del Vicariato de Iquitos y, por supuesto, la feligresía deben estar orgullosos de ese recibimiento. Porque los sacerdotes y las autoridades clericales no la han tenido bien servida varias veces en estas tierras. No hay que olvidar que, según estudiosos agustinos, la clase dirigente iquiteña no veía con buenos ojos la presencia sacerdotal y que ese encono se fue apaciguando, entre otras cosas, por la creación en 1903 del Colegio San Agustín que fue el lugar donde los hijos de esa clase podían estudiar mejor. Vale decir que, por lo menos en sus inicios, el colegio agustino fue un bombero en medio de la fogata anticlerical de esos primeros años del siglo pasado.  

Quizás uno de los pasajes más sorprendentes de las memorias del p. Avencio Villarejo es el que narra la falta de atención y desinterés de los pobladores hacia el obispo Sotero Redondo cuando sufrió un problema cardiaco en la vía pública. El Clero no gozaba del respaldo de los iquiteños, quienes en su mayoría pensaban que los curas tenían que irse a la selva a evangelizar a los nativos. Monseñor Sotero –a quien el mismo Villarejo describe como “desabrido, seco y autoritario”-, primer Vicario luego que se dejara la llamada Prefectura, falleció en 1935 “después de una breve enfermedad, a consecuencia de miocarditis aguda” y sus restos están en la Iglesia Matriz cuya construcción impulsó sin imaginarse que un lugar estaba reservado para su cuerpo inerme y también para Monseñor José García Pulgar, segundo Vicario, cuyos restos fueron trasladados del cementerio general a la Matriz un mismo día del año 1955. Y la llegada no era menos tortuosa. Así, el primer Prefecto que fue nombrado en 1900 y renunció en 1911, Paulino Díaz, salió junto con otros curas desde Barcelona el 11 de noviembre de 1900, llegaron al Callao el 24 de diciembre y después de iniciar el viaje desde Lima a Iquitos el 11 de enero “vía ferrocarril central y después a lomo de bestia y en lancha hasta llegar a Iquitos el primero de marzo: cincuenta días de penosa pero pintoresca travesía”.

“Si la salida de Lima fue cálida, el arribo a Iquitos fue hostil y helado, presagio de otras tormentas que habían de desatarse más tarde. Fue necesario luchar no sólo con las inclemencias de un clima tropical húmedo al que los misioneros no estaban habituados, sino también con la dolorosa condición de sometidos de los pueblos indígenas y la sistemática oposición de sectarios anticlericales”, se afirma en un documento. Recuérdese que Europa expulsaba a sacerdotes y, aquisito nomás, en Ecuador se acababa de retirar a los jesuitas. “Era lógico que Iquitos, ciudad cosmopolita, rechazara a los frailes que venían a evangelizar a los salvajes, expresión que para la burguesía emergente en la capital del Departamento era algo denigrante, y reclamara insistentemente que misionasen en lugares distantes a la metrópoli donde hubiera asentamientos indígenas”, dice un estudio sobre la llegada de los agustinos.

Pero si en la ciudad no les iba bien, a los sacerdotes agustinos en el campo les iba peor. Si en Iquitos mostraban indiferencia por la enfermedad de un Obispo a tal punto de no socorrerlo en las riberas los mataban. Si en la urbe había hostilidad, como lo recuerda el P. Joaquín García y el P. Gregorio Martínez, en la ribera la cosa no era menos difícil. Hasta el acceso a Iquitos era tedioso y tenebroso.  Pero como el espacio es cruel eso les comentaremos en la próxima de las tres entregas que tenemos sobre el tema.

1 COMENTARIO

  1. excelente la nota, quedando a la espera de las siguientes. Un retrato del pasado de Iquitos.

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