Miguel Moreno es un personaje del libro “Territorio Comanche” de Arturo Pérez-Reverte que primero fue abogado luego periodista. Se convirtió en corresponsal de guerra y andaba por las zonas de conflicto en una moto trial de 650 cc. Se lo tomaba todo a pecho porque “aún vivía esa edad en que un periodista cree en buenos y malos, y se enamora de las causas perdidas, las mujeres y las guerras”.

Está bien abrazar y abrasar causas perdidas. La vida también se trata de eso. Sucede que existen imbéciles que las causas perdidas son para que pierdan el tiempo toda su vida. Y de eso, ya no se trata la vida. Los políticos son expertos en involucrar a la población en causas perdidas. Prometen proyectos inalcanzables y lanzan propuestas irrealizables con la finalidad de mantenerse vigentes. De eso, lamentablemente, se trata la vida de los políticos. Que ellos sigan con su rollo. Total, es en la mayoría de casos, su negocio.

Es cierto que todo político necesita un periodista que lo defienda, sobretodo cuando se trata que esa defensa sea insultar al opositor y despotricar del rival en todas sus formas. La forma en que lo hacen por estos tiempos es las redes sociales. Para eso inventan personajes, alquilan espacios y, en el mejor de los casos, se agazapan en nombres reales que nunca tienen ideas reales ni saben escribir siquiera correctamente el nombre que les pusieron sus progenitores.

Los periodistas, por diversas razones, estamos cerca al poder. El poder de la Iglesia, del Estado, de los militares, de los empresarios, de los sindicalistas, de los líderes de opinión. Muchas veces los periodistas nos inventamos o creemos el cuento que somos líderes de opinión. Cuando esa creencia está mezclada con mediocridad al resultado es catastrófico para la profesión y para la comunidad.

Ante la posibilidad que un exgobernador sea nombrado Presidente del Directorio de una empresa estatal se ha producido una estampida de voces altisonantes en defensa y ofensa. Como si eso fuera el fin del mundo y se reiniciará una guerra de la que ya hemos vivido bastante. Hay quienes creen que vivir significa estar en constante conflicto. Claro porque aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores” les cae como anzuelo.

Ante la aparición pública de un gobernador y una exautoridad se ha producido una batalla verbal muy campal que ha hecho recordar que ya empezamos la campaña y que los estúpidos de siempre no es que han muerto sino que estaban de parranda. Como si se tratara de una peste bubónica las huestes de uno y otro lado han soltado la bilis más dañina que ya tendría que ser revisada por un gastroenterólogo. Hay quienes han hecho de las barbaridades idiomáticas su verdadero lenguaje. No les importa el sentido.

Lo curioso del caso es que en ambos casos referidos unos pedían paz y otro hacían la guerra. Quienes en la mañana sostenían que la región ya no está para discusiones estériles, en la tarde sostenían y hacían todo lo contrario. Y en esa bandada de palomas y palomitas estaban en primera fila los que dicen ser los sujetos de cambio cuando en verdad son objeto de lo mismo. Ahí estaban los que, lamentablemente, son la “clase política regional” que tiene todo, menos clase.

Hay quienes creen que los periodistas debemos sostener sus guerras. Que debemos empuñar el fusil y colocarnos en uno de los bandos. Cuando no lo hacemos creen que automáticamente ya estamos en el otro bando. No se dan cuenta que nos encanta el “territorio comanche”. Nos encanta estar en el frente de batalla no para salvar vidas ni para asesinar a los protagonistas sino ser testigos de ese enfrentamiento que muchas veces carece de moral. Es verdad que en toda sociedad hay especialistas de lo bueno y lo malo. Hay que convivir con ellos, claro está. Pero que no quieran hacernos partícipes de sus odios. Que los poderosos agazapados entre los sacerdotes pendencieros, los militares jaraneros, los gobernantes malversadores, los empresarios evasores, los dirigentes bullangueros y los líderes sancionadores vayan por su propio camino que los periodistas tenemos el propio. Digo periodistas, no comunicadores, para que entiendan los estúpidos e imbéciles que se creen sumos pontífices y no les queda ni media sotana. Porque ya no tenemos la edad de Miguel Moreno.