De Quito a Manta es menos de una hora en avión. Estas bebiendo el jugo/zumo que te dan en el avión y tumbándote en el asiento y están anunciando que estamos próximos a nuestro destino. Es muy de madrugada el vuelo pero merece la pena. De dos mil ochocientos metros del nivel del mar pasas a casi rozar el nivel del mar, a seis metros. Por esta zona ocurrió el seísmo hace unos años, el epicentro fue el pueblo de Puertoviejo. El runrún era que la adversidad del desastre natural ha mostrado la capacidad de resiliencia de la población, se ha recompuesto con gran empuje y decisión. Con esos antecedentes viajamos y sabiendo que por aquí fue la ruta de La Condamine en su periplo viajero. Nos hablaron bien de Manta. De la estancia y de la buena comida. El hotel estaba a unos metros del mar, tenías que cruzar una avenida muy transitada y ya estabas pisando la playa de “Los murciélagos” y disfrutando del mar. El olor a algas me transporta a mi infancia en la tierra de Abraham Valdelomar, de niño pasaba caminando por la posible casa del vate peruano. Se me venía a la cabeza mis años en Pisco, frente al Mar Pacífico como aquí. En ese horizonte marino imaginaba mil historias y batallas de piratas alrededor de las islas que se veían muy de lejos. La caleta de pescadores. Las embarcaciones en plena construcción unas y otras en reforma. Ver a los botes pescadores así casi desnudos nos muestra la fragilidad frente al mar. Son como la panza de una ballena pero de madera. A los lejos ves el perfil del puerto. Dicen que es de mayor calado que el de Guayaquil, pero hay de por medio una decisión política como badén, como no, contra el sentido común, el menos común de los sentidos. Nos comentaban que en el puerto acoderan transatlánticos de turismo que llegan mensualmente. El único pulso con la ciudad la he tenido con sus playas y el mar. Muy cerca de la playa, a unos metros, se han construido apartamentos y hoteles a todo gas y algunos con mucho lujo ¿por qué tan cerca del mar? Espero que la avidez inmobiliaria no gane al paisaje marino y no se privaticen las playas lo que sería un desacierto. Espero que las decisiones políticas no empañen el paisaje. Ishalá.

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