Hay vocaciones que uno los descubre en el camino. Nadie nace maestro, ni aprende a ser maestro estudiando una malla curricular de cinco años. En realidad lo que ocurre es que uno descubre que tiene una vocación de maestro, independientemente de la ocupación, profesión, formación académica o el rol social que le toque desempeñar. Hay profesores en los niveles inicial, primaria y secundaria que provienen de la formación académica y que son excelentes maestros, como hay ingenieros, médicos o abogados que en sus respectivos campos también lo son.

Yo descubrí esa vocación cuando enseñaba a mis hermanos menores algunas tareas escolares. Era el mayor de mis hermanos, y mis padres confiaban en que debía dominar todos los temas porque se suponía que las notas con las que pasaba de año no mentían. Ese rol, a pesar de requerir de mi parte un esfuerzo adicional, me satisfacía y me hacía sentir un elemento útil para mi familia. Ya en la Universidad, mi abuelita Herlinda –un persona entrañable para mi y desde cuya casa en Iquitos realicé mis estudios de ingeniería- me hacía fama entre sus amigas diciendo que tiene un nieto universitario que podía enseñar matemáticas y otras materias a sus hijas. De esa manera, me convertí en un profesor de “pagadita” y me sentía alguien importante en el barrio.

En esos años mozos, y debido a mi militancia aprista, ayudaba a barrer las aulas o hacía los mandados en la academia preuniversitaria que regentaban mis compañeros mayores. La “Albert Einstein” había sido concebida como un foco de captación política de jóvenes ingresantes y, al mismo tiempo, un centro productor de  ingresos para sostener la grandiosa causa de Haya de la Torre. Un día, un profesor -el recordado biólogo Andrés Urteaga que enseñaba biología, zoología y botánica- tuvo un accidente casero y era necesario que otro compañero asumiera sus cursos. El compañero director me pidió que yo cumpliera el honroso encargo. Así me convertí, a los 17 años, en profesor preuniversitario. De eso pueden dar testimonio varios médicos, ingenieros, enfermeras, administradores, licenciados en educación, etc. que allí se forjaron.

Recién egresado, y ya trabajando en la gestión pública, me di cuenta que algo me faltaba para sacarle lustre a mi bachilerato en ingeniería y darle curso a mi vocación de maestro. Entonces, mi gran amigo y compañero Sebastián Cabanillas, me informó que en el Instituto Superior Tecnológico “Pedro A. Del Águila Hidalgo” requerían un profesor de matemáticas y estadística que aliviara la carga de mis recordados amigos Gilberto Salas Meléndez y Jorge Panduro Ríos, ambos ahora en la paz del Señor. Ni corto ni perezoso me presenté, y ahora tengo el honor de que secretarias, técnicos agropecuarios, electricistas, mecánicos, de contabilidad y construcción civil, me saluden como su profesor.

Andando el tiempo, y paralelamente a mis labores profesionales y a mis tareas en la gestión pública, siempre busqué realizar la labor de maestro. De este modo pasé por el Instituto Superior Pedagógico “Edislao Mera Dávila” de Contamana, los colegios secundarios “Manko Kali” y “Claverito” de Iquitos -en éste último escribí las letras del himno del colegio-, el Centro Pre Universitario de la UNAP y durante un par de semestres como invitado en la Escuela de Educación Bilingüe de mi alma mater. Y es increíble como es que las buenas huellas que puede dejar alguien que actúa por convicción va generando un reconocimiento que no está en un título, ni en un grado, ni en una escala magisterial . Tengo alumnos que van desde educadores hasta especialistas pedagógicos, pasando por policías, técnicos, empresarios, o simplemente padres de familia; los encuentro por donde voy y gozo siempre de su respeto y aprecio.

Zegel IPAE y SENATI son dos centros de formación de alto nivel profesional y técnico con los que también tengo una deuda de gratitud por permitirme ser lo que quiero ser, por entender que más allá de los cargos públicos o del servicio profesional, existe en muchos de nosotros una necesidad imperiosa de aportar algo más a la Patria. Son entidades privadas que trabajan bajo estrictos sistemas de calidad y de acreditación internacional que aseguran la competitividad de sus egresados. Hay que elaborar plan de clases, diapositivas y aplicaciones por cada sesión, curso y carrera; trabajar las evaluaciones y rúbricas; orientar a los tutoriados, estar disponible todos los días directamente o a través de medios digitales.

Un maestro busca ser maestro. No importa donde, ni cuando, ni como. Un maestro actúa bajo una inspiración inexplicable y cumple con un propósito superior.  Tal vez algún día yo lo logre plenamente.