Por estos días estuve recorriendo 30 kilómetros de litoral buscando algún lugar que me resulte apropiado para poder hacer deporte. La restricción del gobierno de ingresar a las playas públicas no sólo ha matado los servicios en rededor de los lugares que por estas temporadas lucían rebosantes, sino también los ánimos de miles de deportistas calificados, amateur o sólo aficionados como yo que normalmente por estas fechas ya estábamos rodando, corriendo, escalando o nadando.
Mientras el miércoles por la tarde “Pancho” Sagasti y sus caviares de turno intentaban ser aleccionadores y didácticos para poder decir (lo que no dijeron) sobre las nuevas restricciones no me quedaba duda que una vez más, como ha sucedido hace casi un año, subestimaban la inteligencia y la capacidad de decisión libre y responsable que podrían tener las personas que intentando ser prudentes y no contagiarse precisamente buscando zonas alejadas como intento hacer en este litoral frío.
Hay una idea (talvez compasiva, paternalista y hasta comprensible) que adoptan los gobiernos en torno a la pandemia. Asumen que todos los peruanos no van a poder cuidarse y que irresponsablemente sino le pones una norma, una regla y su respectiva sanción no va poder controlar su libre albedrío y se va descontrolar contagiando por doquier y sin importarle los suyos y menos el prójimo.
Pero restringir el acceso a lugares tan abiertos y desolados como las playas (que no son públicas) además a grupos que obviamente acuden a estas zonas porque intentan alejarse de la chusma pandémica, es ilógico y de locos. Es evidente que la enfermedad y concentración está en otros rubros y no precisamente en el deporte sano y menos el deporte individual. Y esto puede ocurrir aquí en una franja del litoral arenoso y de acantilados del sur del país, pero también en el caluroso norte o en la frondosa Amazonía o el azul del ande desolado.
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