El 2020 se convirtió en el año propicio para la crianza de pavos. Apelando a todos los elementos de la edilidad de Maynas el alcalde de entonces dispuso que todos los funcionarios, asesores, colaboradores externos y los mismos trabajadores asalariados tenían que ocuparse de difundir entra la población la crianza de ese plumífero. Fue así como aparecieron de repente personas provistas de crías de pavos que iban de casa en casa regalando un par, macho y hembra, de esos animales para que los vecinos y vecinas aprendieran a criarlos. La ciudad entera entonces fue invadida por los paveros, nombre con lo que fueron designados los municipales que se dedicaban a ese menester. En poco tiempo la urbe selvática desbordaba de pavos por todas partes. Era tanta la presencia de ese animal que durante las celebraciones de fin de año la gente se empachó con carne de pavos. Pero ese desborde era solo un indicio de que la crianza de esa ave de corral  era  todo un éxito.

La ciudad empezó a ser conocida como la urbe de los pavos y paveros, y en los lugares de la comida aparecieron preparados que hacían justicia a esa carne que antes solo se comía en Navidad o año nuevo. Así fue como la metrópoli aislada y lejana se vio convertida de la noche a la mañana en un centro de la pavería más abundante. El pavo pronto se convirtió en un ave de culto y se levantó un gigantesco monumento con la figura de un pavo robusto y pleno de crías que dominaba el horizonte. Era tanta la insistencia de la nueva criandería que pronto la ciudad empezó a generar divisas debido a la exportación internacional de los pavos. Al cabo cada iquiteño era un criador de pavos que acumulaba dinero gracias a la venta de esos animales que adquirieron la fama de ser los mejores pavos del mundo, derrotando así a los pollos, la pavipollos y otros animales que el municipio había tratado de introducir en la ciudad. Pero no todo fue de maravillas. Algo malo tenía que pasar.

Sucedió entonces por aquel tiempo que a alguien se le ocurrió combatir a los gallinazos solariegos con el ataque de pavos curtidos. Pero los pavos no solo corrieron a esos pájaros oscuros sino que se dedicaron a comer los desperdicios. Fue el principio del fin y el mismo alcalde en persona y armado hasta los dientes se dedicó al exterminio de los pavos que atacaban los montones de desperdicios que seguían en las veredas, las esquinas  y otras partes de la calle. De esa manera se acabó el cuento pavero y hoy por hoy los iquiteños viven del recuerdo de ese tiempo de esplendor que acabó en ruina.