ESCRIBE: Jorge Nájar

Mural de las aguas es el titulo del poemario que Percy Vilchez Vela ha publicado este año de 2019, en Iquitos, en el sello Tierra Nueva. El mural está organizado como si fuera un gigantesco tríptico. El ala izquierda se abre con una oración a las aguas. Y en su primera expresión escuchamos una súplica: “Sálvame, oh Amazonas, de mí mismo…” La voz de ese hombre que recorre algunos lugares “sagrados” de su universo es la que navega a lo largo de las 35 composiciones, escenas, grafittis, cuadros y viñetas que lo integran. Es una voz que por momentos implora. Se diría la de un creyente que se dirige a una divinidad, a un santo, etc., si en el fondo no estuviese habitada por elementos extraños, vecinos de la imprecación. Imprecaciones que exaltan efusivamente deseo oscuros: “Sálvame… de mi comedia de trapos… / Dime cómo se hace para perdurar en la vagancia.” En otras palabras, estas imprecaciones explosivas están habitadas por la intencionalidad: “Calma por un instante a mis renegados, / mis revoltosos, mis asesinos.” Así, éstas imprecaciones se pueden entender como una serie de condenas dichas en perjuicio no solo de alguna persona o personas, sino, esencialmente contra un tiempo, contra una sociedad.

No por eso habría que encasillar esta voz a connotaciones estrictamente regionales. Si bien su entonación está tan impregnada de las características de un mundo local que resulta imposible desencadenarlos de ellas, nadie podrá negar su poderosa universalidad. El lado oscuro de lo local y lo universal viajan con él: “Cántame esta noche, desde tus olas, / el icaro del perfumero / y que los días tengan otro aroma…” Es sin duda la expresión de un anhelo en pos de otro mundo.

A lo largo de todo el libro, el yo poético revisita los lugares cargados de historia y desde ahí implora. Desde ahí descarga sus cuestionamientos y sus enfados. En su desplazamiento por una difícil topografía, quiebra fronteras y se enfrenta a la historia. A la manera de un F. Villon de nuestros días logra descentrarse. Se apropia y resignifica paisajes, ciudades grandes y pequeñas, todo le vale para expresar su obstinada posición ante el mundo.

He aquí su “Oración de los bajos fondos”, una pieza de antología.

               “Oh, santo patrono de los huaqueros,

bendíceme en los bajos fondos y adiéstrame

               pronto y sin maniobras

en el alto arte de robar.

               En ceremonia oculta entre crápulas

concédeme mi cuchillo tatuado

               y mi pata de cabra, mi ganzúa,

para cometer mis fechorías.

               En la larga lista de los ladrones quiero estar

hasta siempre, libre de tombos, de picapleitos.

               Anhelo estar vivo y cutreando a cada rato.

No anhelo otra profesión mal pagada,

               ni quiero sacarme la mugre por pesetas.

Hay tanto que robar en las ciudades

               arruinadas, en las ciudades de hoy,

y quiero urgente mi tanto por ciento

               de los desfalcos descarados,

de las malas obras,

                de los edificios que nunca se hacen.

Adiéstrame pronto, oh santo patrono,

               antes que me ganen los demás,

los cacos de rueda libre,

               los escapistas de saco y corbata,

los reducidores de oficinas.

                En sus atracos que me incluyan

aunque sea como campana.

               Considérame en la lista de las rapiñas

que se vienen corriendo.

               O cuando roben en las finanzas

no se olviden de mi parte del botín.

               Oh ladrones de varias suelas,

en el robo me sentiré a gusto,

               con o sin ustedes.

Un ladrón inmundo prefiero ser

               Antes que un varón cornudo.

Y les propongo el inmediato asalto

               De gallineros, de muladares,

de baños públicos.

               Una banda formemos para robar

Comida hecha, galones de gasolina,

               títulos recientes.” (Pág. 49. 50)

Así, su inmersión abismal en lo cotidiano y lo concreto de la existencia avanza hacia la problematización metafísica sobre el destino de su sociedad. Así, tanto su tono maldito o satánico, cargado de agnosis, blasfemia, ironía, pesimismo, etc., como su vuelo utópico o apocalíptico, aspira a identificar lo eterno del género humano en la corrupción y la rapiña. No hay salvación para los cuerpos vivos. Y para los muertos queda muy poca esperanza.

El Mural de las Aguas se cierra con unas “Indagaciones ante el sarcófago”. Se trata de una plegaria ante una de esas grandes cápsulas antropomorfas de la tradición funeraria de los Chachapoyas, de hasta 2,50 m de alto con formas humanas, ubicadas en el barranco de Karajía en el distrito de Luya del Departamento de Amazonas. Desde esos parajes nos habla. O más bien el yo poético se habla a sí mismo: “¿Es cierto que no podré salir de parranda, / ni volver a mis mozanderías? / ¿Qué diré al resucitar con mi última camisa, mis zapatos viejos?”

Percy Vilchez Vela consigue pintar un gran mural que tiene que ver no solo con la memoria histórica del país. Lleva las marcas de una cáustica ironía con la sociedad que lo cobija y lo que ocurre alrededor. Así “las aguas” de este mural no sólo aluden al recurso hídrico sino, más bien, a la historia, a la vida de todos y cada uno de nosotros. Un magnífico libro, nutrido en la argamasa de la vida, de la historia, de la geografía, de nuestra naturaleza más intima y más humana.