Percy Vílchez Vela

En alborotada ceremonia, con la ruidosa participación de las principales autoridades y sus seguros servidores, fue agasajado, felicitado y condecorado el bizarro y corajudo perro conocido en los anales caninos como Firulay. El nombre que alguien le puso era engañoso y no describía la furia y el arrojo del animal que cierta vez, con sus ladridos insistentes, con su gallarda emisión de ruidos, impidió que un amigo de lo ajeno robara en una casa de la ciudad. El perro apareció como un milagro y en el momento justo para cuidar las pertenencias de un parroquiano, impidiendo la labor del ladrón nocturno. En los diarios de aquel día se resaltó la intrepidez del perro, se agradeció la fuerza y la eficacia de sus ladridos y se lanzó la idea de premiarlo públicamente. Fue así como los alcaldes principalmente pusieron de la suya para preparar el evento. 

La ruidosa ceremonia de premiación del perro se realizó en uno de los locales más exclusivos de la ciudad que fue adornado convenientemente para un mayor realce del evento. Para amenizar la reunión se contrató los servicios de una orquesta de moda que hizo su aparición muy temprano. Luego varios expertos cocineros se encargaron de preparar los mejores potajes de la gastronomía local e internacional. El mismo perro fue preparado para la dichosa ceremonia. Así fue bañado, perfumado y vestido con ropas de gala que le dieron esa noche un aspecto imponente. Durante la ceremonia el animal fue puesto en un pedestal y allí pudo escuchar los encendidos discursos, los bravíos aplausos que de vez en cuando interrumpían las palabras.

Era una noche  imponente en la ciudad y la gente se desbordaba en entusiasmo por la acción justiciera del perro que había impedido un robo. El momento culminante de la celebración ocurrió cuando un empresario de éxito extendió un cheque al animal. Era el inicio de una cuenta de ahorro que tenía que manejar alguien vinculado al can. Pero como este carecía de dueño y de lugar seguro se tuvo que nombrar a un apoderado para que se ocupara de los asuntos monetarios del perro. Luego hubo baile general y el can fue obligado a moverse al compás de los acordes de la orquesta. Demás está decir que el jolgorio duró hasta las últimas horas de la madrugada.