Por Marco Antonio Panduro

Un influencer mexicano cuenta que estuvo en Cusco poco antes de que estallasen las manifestaciones en Perú. Al margen de algunos datos inexactos por el desconocimiento que la distancia geográfica contribuye –la vacancia a Castillo, por ejemplo– se muestra conmovido cuando rememora su estancia en la Ciudad Imperial, y al mismo tiempo sorprendido por los dos meses de resistencia del pueblo, del sur del Perú en específico.

El influencer bastante conocido en las redes por abordar temas filosóficos y sociales resalta la nobleza del cusqueño que de lo poco que tiene está dispuestos a dar, y por mucho, sin esperar nada a cambio. Pero esta es una referencia a gente pobre, muy pobre; materialmente, se entiende.

Y esto trae a colación al tan repetido discurso del chorreo económico que hace más de treinta años se repite desde los programas televisivos cuando de entrevistas se trata. ¿No se suponía que ya nos acercábamos al segundo mundo, con aquellas magníficas y espectaculares cifras macro? “¡Espérense, que ya va a llegar!”, hacían hincapié los tecnócratas entrevistados en aquellos programas televisivos.

Algunos extranjeros, angloparlantes estos, que tuvieron oportunidad de vivir tanto entre Lima y Cusco. Y al estar de retorno a sus países, dejaban un anhelo, «que si algún lugar tuvieran que volver, ese lugar sería el Cusco». Y también soltaban una confesión y desagrado, el racismo positivo que “sufrían” en Lima. Les disgustaba verse privilegiados por tener el cabello rubio o los ojos azules (características estas de lo estereotipados que somos y el rechazo secular que nos tenemos entre nosotros mismos) y que por ello sintieran un trato de cierta preferencia, en las colas, por ejemplo. Entre líneas podía escucharse, «¡Oye, mi madre es enfermera y mi padre es profesor!», algo así como una condición de clase de la que se sentían identificados y unidos a esa gente sencilla.

Pareciera que la historia se repite y que al mismo tiempo fuera estática. El año pasado el peruanista Charles Walker publicó LA ODISEA DE JUAN BAUTISTA TUPAC AMARU, comic sobre el medio hermano de ya saben quien, que cae preso durante la fallida rebelión. Juan Bautista es llevado al Callao. En el viaje de destierro a España muere su mujer. Es sentenciado en tierras ibéricas. Al otro lado del Mediterráneo, en Ceuta, Marruecos, permanece prisionero por más de treinta años en condiciones infrahumanas. El ascenso de los liberales en España juega a su favor. Logra escapar gracias a otra serie de coincidencias y hace ingreso al continente por el lado del Atlántico. Es bien recibido en Argentina, casi como un héroe. Bernardino Rivadavia le concede una pensión económica con el fin de que escriba sus memorias. Pero las condiciones para que esté de retorno en su tierra, “en la tierra de los Incas”, como repetía, nunca se dieron. Y murió desterrado y en el exilio.

Su vida es una tragedia, evidentemente sin final feliz, tan parecida y dura como la penosa vida de Felipe Guamán Poma de Alaya ciento sesentaiséis años antes. Este cronista autóctono e ilustrado, más allá de los romanticismos, se opuso al abuso que sufrían sus congéneres. Recorrió a lomo de caballo y mula su tierra natal, Ayacucho, Cusco, Huancavelica, y el Mantaro, y observó con acusiosidad por treinta años las tropelías de corregidores, encomenderos y de los sacerdotes de San Cristobal, por ejemplo. Ingresó a las minas para ver cómo trabajan los indios como mitayeros. Este activismo y compromiso social le valió destierros, amenazas y cárcel. Su forma de lucha por una causa fue escribir EL PRIMER NUEVA CRÓNICA Y BUEN GOBIERNO (sic), aunque su empeño fracasó en el intento de que llegara a las manos de Felipe III como documento de denuncia. Murió cerca a los ochenta años en condiciones de olvido, abandono y pobreza. Su obra, el manuscrito que está compuesto por dibujos a pluma de gran calidad artística, fue descubierta en 1908 en la Biblioteca Real de Copenhague, Dinamarca, por Richard Pietschmann. Y debemos su primera publicación facsimilar, esto en 1936, al francés Paul Rivet.

Ya hemos citado con anterioridad a Salazar Bondy, pero lo escrito en su libro ensayo de los años 60 merece otra vez traerlo de vuelta: «Si el pobre pretende salir de esta situación y niega su pobreza como destino, se le abren dos caminos: la subversión contra los opresores o la infiltración entre ellos. La primera equivale a una guerra y se la libra negando la legitimidad de los poderes y sus estamentos. La segunda es una maniobra y se ejecuta mediante ardides. Por ejemplo, mediante la imitación de aquellos entre quienes quiere el advenedizo situarse.»

En los tiempos actuales este párrafo puede ser entendido como que el sistema (el capitalismo salvaje) es benévolo y aglutinante si se cumplen las condiciones como tener instrucción profesional, vivir en una ciudad grande, ser asalariado de una multinacional o de sus satélites. Y es de alguna manera, a decir de Byung-Chul Han, vivir dentro de un nuevo tipo de esclavismo a lo Aldous Huxley, un círculo vicioso de trabajar, ganar y consumir; trabajar, ascender, ganar más, gastar más, y así indefinidamente hasta que este sujeto se muere o se jubila.

Pero qué pasa cuando los centros de extracción de riqueza sólo pasan por tus narices. Y la tan anhelada modernidad está solo para verse como un oasis. Y si una parte de esta modernidad llega a los rincones del Perú lo hace en el sentido alienante: el anhelo de lo material, un par de zapatillas de marca, por ejemplo (y bambas, para remate); es decir, como consumismo que esclaviza el deseo.

En 1956, en un pequeño cuarto alquilado a una familia obrera, en Munich, Alemania, obligado por el encierro de un frío brutal de 31 grados bajo cero, Julio Ramón Ribeyro inicia la escritura de CRÓNICA DE SAN GABRIEL. En la novela hay una escena donde se lee: «Alfredo me preguntó si esos indios que trabajaban en la hacienda eran los mismos que habían constituido tan poderoso reino, y al responderle yo que sí, sostuvo que era imposible, porque los siglos de antaño eran guerreros, fuertes, sanos, alegres, y los de ahora, en cambio, estaban llenos de piojos, no tenían zapatos y solamente comían “papas y quinua”.»

Pues sí, siglos de opresión hacen esto. Son siglos los que han extirpado la moral, el espíritu a la gente, y ha sido por un ente parecido al de la frustración mas no de resignación hasta cuando las capas tectónicas deciden moverse. Por eso, para mucha gente que se ha venido desde Puno, Cusco, Apurímac, Huancavelica, y quienes desde sus tierras protestan no hay nada que perder. Nada se ha hecho desde la radical incomunicación de dos mundos diferentes. Y más bien, todo lo contrario, las brechas de siglos la han ido acrecentando.

CIVILIZACIONES es una novela ucrónica donde Atahualpa llega a Europa y toma prisionero a Carlos V; es decir, la historia rescrita a partir de los mismos personajes pero con un final diferente, digamos reivindicativo. En un pasaje se lee una frase de Maquiavelo. La versión original se pliega más a la usanza de finales del medioevo, pero Laurent Binet, el autor de la novela que es francés y no es terrorista ni comunista ni nada de estas etiquetas con que tan simplonamente algunas mentes reducidas de este país califican a cualquiera que mencione justicia social, ha tenido el acierto de amoldarla a nuestros tiempos:

«No se puede honestamente dar satisfacción a los grandes sin causar perjuicio, pero sí al pueblo, porque el fin del pueblo es más honesto que el de los grandes, pues estos quieren oprimir y aquel no ser oprimido.»

A las playas peruanas llegaron mareas, por lo menos dos, que han conducido a esta inamovilidad. La primera es la inclinación económica del mundo desde los años 50 hacia el capitalismo y sus diferentes fases década por década, pero curiosamente esto puede ser una afirmación desde las ciudades. Pero, ¿qué hay de ese otro mundo?, el mundo paralelo donde algunos viven como si fuera la edad de piedra.

El otro factor es más interno, ligada a los acontecimientos políticos, sociales y económicos desde la revolución de Velasco que para analistas objetivos fue desastrosa pero tuvo una virtud, la redistribución de las tierras, porque fue como una válvula de escape de aquella olla a presión social. De no haberlo hecho, ya en los años 60, cuando se gestaba el terrorismo, esta hubiera tenido más adeptos y la situación hubiera alcanzado ribetes apocalípticos.

En declaraciones a la prensa corporativa, un vocero gratuito de los grupos de poder, se pregunta y se responde a sí mismo en una entrevista cuyo tenor es, ¿QUÉ QUIEREN LOS ALZADOS? «¿Asamblea Constituyente? ¡No se puede!», se responde a sí mismo. «¿Adelanto de elecciones? ¡No se puede!» se responde a sí mismo, y sella toda opción al diálogo.

A vista del otro extremo, nada se puede, es decir, todo lo instaurado política y económicamente está escrito sobre piedra. Pero el dicho popular reza todo lo contrario. Dice, «Nada está escrito sobre piedra». Imaginemos, nomás, el caso de Atahualpa. Seguramente jamás imaginó que desde el mar aparecerían unos barbudos, y hasta es posible que en un momento de su vida, desde su litera de Inca, imaginara sus días otoñales cuidando a sus nietos.