Es un país extraño. De gritos, algazara, guirigays. De excusas tardías. De excepciones. De recuerdos envenenados. Percibo que hay poco tiempo para reflexionar, es como si estuviera dentro de un volcán en ebullición perpetua y sin descanso. Lo que resulta realmente sorprendente, es que hasta al cuerdo se contagia de locura por estos pagos. Hay una deriva de la prensa peninsular, muy hegemónica, que ha fuerza de baladros y con poca persuasión exigen que el presidente de Gobierno se siente a negociar con el presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña sobre el encaje de esta Comunidad dentro de la legalidad constitucional de España o fuera de ella [es un sector progresista con falta de brújula y de miras cortas]. Este forzamiento es a raíz del tercio de votación independentista del domingo 9 de noviembre. Lo exigen hasta de malas formas, advierto que no soy devoto del actual presidente de Gobierno porque es una persona que reacciona tarde y mal. Sin embargo, en esta algarabía nadie, pero nadie, se acuerda de los dos tercios de personas que se abstuvieron de votar ese domingo ¿acaso le exigen al presidente de esa Comunidad Autónoma que se siente a negociar con estas personas que parece que lo de la independencia no va con ellos? No, la exigencia es sólo en una sola dirección y no se dan cuenta los medios de comunicación que son los que más presionan. La serenidad está ausente. En este sentido, el debate ha perdido perspectiva. Es como caminar en terreno encharcado. Te caes y te levantas al mismo tiempo. Era un proceso de legalidad cuestionada [el presidente de esa Comunidad Autónoma tiene el ego más grande que la Catedral de Yurimaguas; un día se siente Gandhi, otro Luther King como Zelig, el personaje de Woody Allen] y ahora resulta que el resultado del 9N es la panacea o el ungüento de Fierabrás para sanar todos los males, todos se suben al carro de la loa de las bondades. Me parece que se puede discutir que sobre este y otros temas, pero, con la calma y ponderación que requieren estas cuestiones.