ESCRIBE: Tato Barcia

Quisiera escribir solo cosas buenas sobre nuestra Isla bonita, eso sería del agrado de muchas personas, pero no se puede tapar el sol con un dedo. Iquitos se ha convertido en una de las ciudades más inseguras en comparación con otras urbes del Perú, no por nada el “Ministerio de Justicia y Derechos Humanos” (Minjus), reveló que Iquitos es la segunda ciudad del país con altos índices de denuncias de robos de vehículos, extorsión, hurto y estafa. Es común escuchar noticias de asaltos a motonaves, o que en un tranquilo fin de semana o un día feriado, las personas que salen de fiesta están expuestas en los centros nocturnos de diversión y ser vulnerables a reglajes, para ser víctima de un asalto al paso al momento de intentar de dar por concluida la diversión; esto sin considerar a las “famosas peperas”, que buscan a los parroquianos para ponerles en sus vasos una dosis de somníferos y dejarlos desvalijados por cualquier calle desolada y otros que se registran en la calle a vista y paciencia de todos. Por eso los Iquiteños vivimos en permanente estado de alerta en una ciudad en el que la violencia urbana es una epidemia fuera de control. Hay escenas cotidianas en nuestra “Isla Bonita” que nunca dejan de sorprender. Estás frente al volante de tu motocicleta, atrapado en el tráfico de los jirones Arica o Próspero, y de pronto sientes que de un golpe otro motociclista te arranchó el reloj, o alguien, en medio del barullo mientras caminabas tranquilamente te arrancó el celular, uno de los delitos más comunes y traumáticos del amplio repertorio loretano.

Pocas ciudades te pueden hacer sentir tan a menudo, como un animal. Pocos, tan primitivo, indefenso y acechado. En Iquitos vivir con temor es casi imprescindible; estar alerta todo el tiempo te puede salvar; No puedes descuidarte un segundo. Nos desplazamos en esta jungla como corderos acosados por depredadores implacables. Aquí, el canal “Animal Planet” podría documentar, abundantemente, la coreografía del miedo en nuestra especie. Cuando un Iquiteño sale de su refugio, automáticamente, entra en ese estado de alerta. Su lenguaje corporal refleja el nerviosismo de los seres vulnerables, de quienes saben que cada día corremos el riesgo de convertirnos en la próxima víctima. Y para remate bandas de ciudadanos extranjeros siembran terror en Iquitos, haciendo préstamos con altos intereses que alcanzan hasta el 30% mensual y ya se lee en las portadas de los diarios que quienes no cumplieron con los pagos obtuvieron “castigos impensables”. Usan la modalidad “gota a gota” (pago diario o semanal) y parece ser que la única garantía es la propia vida. Si se demoran uno o dos días en pagar hacen sentir su inconformidad con serias advertencias. La policía señala que detrás de los préstamos hay una modalidad de lavado de activos y el dinero proviene del narcotráfico; y que más temprano que tarde el dinero junto a los intereses regresa a los países de origen; A propósito, los últimos asaltos en la ciudad tienen un componente que llama poderosamente la atención las personas que fueron blanco de robo, declararon que los asaltantes tienen “dejo extranjero”.

Ahora renunciamos a vivir en libertad y se va haciendo costumbre: Salimos menos de noche o a contemplar el atardecer en el malecón tan deslumbrante como inseguro. Las despedidas abruptas, salir de una reunión social en grupo para acompañarse, viajar en un Motokars rezando que no nos toque un conductor asaltante, conducir motocicleta en horas de la noche como si uno se estuviera fugando, exhalar de alivio al entrar a casa. Iquitos se convirtió en el desasosiego perenne, un duelo colectivo que no cesa. Y no debemos olvidar que somos la sexta ciudad más poblada del Peru con un poco más de ¡medio millón de habitantes!…Y lo peor, es que ahora la delincuencia se ha extendido a las ciudades ribereñas vecinas como : Nauta, Requena, Caballo-Cocha, Pebas, Indiana, Tamshiyacu y sobre todo en la zona de la triple frontera de las ciudades fronterizas de Leticia (Colombia) y Tabatinga (Brasil), Santa Rosa (Peru); esta última ciudad donde la pobreza y la falta de infraestructura son atroces es descrita por la gente del lugar como el “patito feo de la Zona». En base a este estado de vulnerabilidad, la delincuencia en todas sus expresiones campea a sus anchas.

Siento una sana envidia cuando viajo a una ciudad, fuera del país, donde la gente usa la calle para pasarla bien. No importa cuál ciudad, pues son muchas así. Gente que toma sol en los parques. Desconocidos que conversan un ratito mientras visitan tiendas de artesanía local. Casas sin rejas, con las cortinas abiertas. Artistas que pintan los muros para alegría de todos. Bicicletas. Patines. Ferias barriales. Amigos que hacen parrilla en el jardín delantero de su casa y reciben a sus vecinos. Choferes bien conscientes de que los peatones van primero siempre. El transporte público como derecho fundamental de todos para una vida mejor en la urbe.

Un buen amigo me pregunta por qué no somos así en Iquitos. Conversamos mientras un grupo de vecinos han decidido hacer una parrillada, con música estridente y se ha ubicado a media calle de mi casa y los curiosos se acercan a disfrutar el momento, libando abundante cantidad de cerveza en plena vía pública, sin roche. Entonces pensamos en nuestras costumbres y limitaciones. Andamos tan a la defensiva que nuestros hogares están amurallados. La calle es de nadie y solo sirve para el tránsito de un lugar a otro. No es un espacio grande ni compartido. Es agresivo y feo; e inclusive lleno de huecos por doquier. No lo vemos como un paisaje urbano del que somos parte; encima, tampoco queremos que nadie lo use, pero la desolación es más insegura. Lo que no sabemos es que mientras más gente y más iluminación y actividades haya en la calles, más seguros estamos todos.

Las motos en Iquitos se han convertido en uno de los medios de transporte más peligrosos. Son frecuentes los accidentes, que dejan heridos o muertos. Muchas son usadas para cometer robos, asaltos y sicariatos. Quienes las manejan no respetan las leyes de tránsito. En las batidas que se hacen se observan que estas van en contravía, sin cascos, sin luces o sin placas, etc. El reglamento de tránsito aprueba prohibición de que motos circulen con dos o más pasajeros. Sin embargo es común ver en las calles de Iquitos a familias enteras de hasta 5 personas (niños incluidos), circulando en una moto lineal y para colmo el conductor hablando por celular. Esta posibilidad podría generar un mayor número de accidentes en las pistas, ya que los choferes de motos tienen mucho desconocimiento del Reglamento de Tránsito, existe una excesiva facilidad con la que obtienen brevetes los motociclistas. “Solo basta en dar una mirada en Internet”. Te los dan por 80 soles y sin que hagas nada. Cualquiera puede tener las licencias de conducir y no hay un registro verdadero; la demanda de estos vehículos está aumentando por la facilidad que tienen para evadir el tráfico. Además, ocupan menos espacio en casa, gastan menos combustible, son menos dañinas para el medio ambiente y su mantenimiento es más barato.

Dentro de ese contexto no se puede negar que los motocarros, desde su masiva inserción a la oferta de vehículos en nuestra ciudad, se han sumado al anárquico sistema que impera en nuestras vías; y en muchos casos entorpeciendo un tráfico que ya está colapsando desde hace mucho tiempo. No se observan esfuerzos de fondo para capacitar a quienes los conducen, ni por parte de estos para respetar las mínimas normas de tránsito. El vehículo mismo, pequeño e incómodo, no tiene elementos de seguridad que permitan proteger al pasajero en caso de un accidente. En suma, para el observador desprevenido se entienden más como un problema que como una solución. Por otro lado, en un entorno plagado de pobreza y necesidades básicas insatisfechas, los mototaxis, cumplen la función fundamental de transportar a las personas desde y hacia los sitios más inaccesibles de las ciudades. Allí dónde hay más trochas que calles, donde lo espontáneo y el día a día define la vida, estos modos informales de transporte surgen como la única alternativa para muchas personas. Además, querámoslo o no, hoy muchas familias dependen de ese precario y peligroso trabajo para obtener su sustento, que lejos de ser ideal, supone una alternativa menos peligrosa, arriesgada y perniciosa que otras formas de ganarse el pan. No todo puede ser satanizado sin matices.

Por otra parte Iquitos es una de las ciudades más inseguras del país para una joven que sale sola de casa o usa el motokars como transporte público, tanto de noche como de día. Existe una probabilidad muy alta de que la mujer promedio en Iquitos se enfrente al acoso sexual en su vida diaria. La capital loretana también se ubica como una de las tres ciudades del Peru donde es más probable que una mujer sea víctima de violación o agresión sexual. Y es que tenemos una alta percepción de inseguridad y una fuerte sensación invadió a la población de ser víctima de algún hecho delictivo en cualquier parte de donde se ubique nuestro lugar de residencia.

Tal parece que la Municipalidad Provincial de Maynas y las 3 distritales (Punchana, Belén y San Juan), decidieron al unísono abandonar su función primordial de proteger al ciudadano. Vivimos atemorizados entre muros. Regresar sano y salvo a casa es una aventura cotidiana. La tasa de victimización es una de las más altas del país. La seguridad privada se multiplica ante la indolencia de los gobiernos locales. Es primordial que se recupere el liderazgo al más alto nivel para centralizar y coordinar los esfuerzos públicos en la lucha contra la delincuencia. Hoy apenas la mitad de las comisarías coordinan su patrullaje con los serenazgos. Nuestros gobiernos municipales tienen la obligación de protegernos. La inseguridad que nos agobia es la peor política social pues redistribuye recursos en favor de los delincuentes.

Comencemos por las explicaciones estructurales. La inseguridad en nuestra región tiene que ver con necesidad, de un alto porcentaje de población juvenil que no puede acceder a empleos estables, la zonas marginales donde no hay vinculación con la economía formal, o el flujos de inmigrantes de las ciudades del interior de la región hacia Iquitos debido a la falta de empleo, por la caída de los sectores hidrocarburos y forestal. Ribereños que no están preparadas para competir por los escasos puestos de empleo y vivienda. Todos ellos requieren de políticas específicas cuyos resultados se ven a largo plazo. Es necesario que nuestras autoridades adopten políticas para combatir la delincuencia y la criminalidad, para que con participación de los tres niveles de gobierno se decidió trabajar en áreas estratégicas como generación de empleo, salud, educación y seguridad pública.

Finalmente, debo decir que la inseguridad ciudadana es una realidad en nuestra ciudad; así como en los principales centros poblados ribereños (principalmente río abajo); negar esta realidad es una apreciación poco informada y poco responsable de algunos medios, técnicos y autoridades. Pareciera que cada vez más los delincuentes se vienen apoderando de nuestra ciudad, esto lo decimos por la inseguridad en que se encuentra Iquitos. Los “planes que realizan” nuestras autoridades solo quedan en reuniones de conversas, mas no de acciones…¿Hasta cuándo los ciudadanos vamos a seguir siendo presa fácil de estos delincuentes? ¿Cuándo vamos a ver en acciones concretar el tema de seguridad ciudadana? ¿Acaso las autoridades prefieren tener estos casos de asaltos e inseguridad para que la población se olvide de otros temas como, la recesión económica, alza desmedida de precios, empleo, corrupción o una mala gestión?. O están esperando que realmente la población se levante y tome la justicia con sus manos. Ya es hora de tener soluciones, los ciudadanos merecemos tener seguridad. Esa seguridad que el Estado está obligado a dar por ser el fin supremo de la sociedad, tal como lo indica la Constitución Política del Perú, mi familia lo merece, la tuya también.