El sueño ansiado se ha vuelto una congoja. Brotan los insomnios. Estábamos y estamos, poco a poco, aclimatándonos a la nueva casa. Nos faltan unos ajustes, como la ingente papelería que hemos traído, de la que poco a poco nos vamos deshaciendo, aunque nos cueste dolor. Los libros van tomando sus posiciones. Pero la aparente tranquilidad se ha vuelto un tormento, una pesadilla. Los primeros disgustos vinieron desde una agria y confusa asamblea de propietarios del edificio de donde vivimos. Fue a finales de mayo y desde ahí la usurpación mostró los dientes con la complicidad de un mal administrador, ya despedido, que expelía corrupción a cien metros y que ejercía el prejuicio del edadismo contra las personas mayores al menospreciarlas y no tomarlas en cuenta en las decisiones. Fue paso a paso, una operación planificada al milímetro y con complicidades. Me recordaba a la novela del escritor peruano Manuel Scorza, donde los campesinos al despertar encontraban que los hitos de su propiedad habían sido por la noche movidos por la empresa minera. Era una práctica de esos malos usos posesorios que venían desde la colonia en las disputas territoriales, pero ahora el despojo lo estoy viviendo en carne propia. Es un incordio. Al comprar la casa y leer los estatutos nos dijeron que teníamos el uso y disfrute del patio de luces, bien comunitario. Nos generamos ciertas expectativas, la verdad, como el de poner plantas y disfrutar el aparente apacible patio de luces que linda con nuestra cocina, la ventana de un baño pequeño y de una habitación. Ese sueño o expectativa ha volado por los aires, se ha visto irrumpida por un acto de usurpación en toda regla. Una pareja mendaz con ardides consiguió un confuso acuerdo de los propietarios y propietarias para poner dos aparatos de aire acondicionado en el patio de luces, siempre y cuando hubiera la autorización administrativa pertinente. Ahí el primer peldaño de la usurpación. Se pusieron manos a la obra para ejecutar el acuerdo, insuficiente legalmente, sin tener en regla la autorización administrativa, bajo el lema: primero hazlo y pregunta después – claro síntoma de una cultura autoritaria y de alergia crónica a la legalidad. En realidad, esos aparatos de aire acondicionado, supuestamente domésticos, eran máquinas industriales de frío-calo, y no eran dos sino tres, destinados, supuestamente, a tres apartamentos, de lo que es un local comercial. Así que obtuvieron, sin nuestro conocimiento y sin ningún control previo del acuerdo de los propietarios, el ingreso al patio de luces. Tuvimos un serio susto cuando nos invadieron el patio de luces, recuerdo que escribía un artículo sobre derechos sociales que me habían pedido de una revista y escucho bulla en el bendito patio; eran los empleados de una empresa de aire acondicionado que estaban picando el suelo. Fue un puñetero duelo verbal por el que me sentí pesaroso después. Hicieron un boquete en el patio de luces, en un primer momento. Sinceramente, me sentí ultrajado en la tranquilidad, que no ha cesado hasta ahora. Al día siguiente, sábado, en nuestra ausencia, entraron y colocaron los dos aparatos de aire acondicionado en el patio comunitario, contraviniendo así el acuerdo de la junta de propietarios que decía la autorización administrativa pertinente. Se saltaron las reglas de juego. Paralelamente, esta pareja promotora del despojo va llenando los vacíos legales ante el Ayuntamiento y derribando y construyendo en el local, día a día, a su modo y manera con cierta impunidad. Se aprovechan de las grietas legales en la normativa de urbanismo y avasallan sin ningún escrúpulo. Estamos en ello. En una oportunidad llamamos a la policía, que puso en duda los documentos administrativos que presentaron. Todas las expectativas de sosiego que teníamos, legítimamente, al entrar a vivir en nuestra nueva casa, se ha alterado ante esta usurpación, de a pocos, de estos canallas del civismo. Estamos en uno de los primeros capítulos, la crónica de este despojo continuará.

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