Por Moisés Panduro Coral

El Día de la Tierra debería ser todos los días, pero no lo es. Es probable que como el 22 de abril no es feriado en el calendario de ningún país de nuestro planeta, el llamado Día de la Tierra sea un día poco celebrado y que por eso pase desapercibido entre los más de 6,500 millones que la habitamos. Y aquí surge una primera llamada de atención para los terrícolas pues según está previsto el año 2012 seremos 7,000 millones, cifra que se incrementará a 9,000 millones en el 2050, aunque las tendencias de reducción demográfica que se observan en los países altamente industrializados y los cada vez más efectivos controles de natalidad que se aplicarán en África y Asia, -sobre todo en éste último continente-, nos indican que la población alcanzará su estabilidad en el año 2110 en que seremos ‘sólo’ 10,500 millones de personas. ‘Seremos’, digo, como especie, porque para entonces nuestra generación y por lo menos las subsiguientes cinco generaciones que vengan ya no se contarán obviamente, pues nadie cuenta a los muertos como habitantes planetarios.

De aquí al 2110 distan 100 años. Y a este ritmo de presión de la población sobre los recursos naturales no es difícil imaginar cómo quedaría el planeta en ese año si es que no se toma conciencia de la magnitud de deterioro que se pueda generar de continuar la despreocupación mundial por proteger la integridad de los sistemas ecológicos que existen y de restaurar aquellos que han ido perdiéndose por la expansiva y persistente actividad antrópica. Es imposible restaurar ecosistemas perdidos si los que quedan no podemos sostenerlos, dirán los pesimistas. Sin embargo, en varios documentales he visto experiencias exitosas -aunque limitadas territorialmente- de restauración de sistemas ecológicos, especialmente de humedales, que nos motiva a pensar que es posible que en el futuro lo hagamos a gran escala. El requisito es que la sociedad en su conjunto alcance un nivel elevado de conciencia ambiental. Conciencia ambiental que no significa, de ninguna manera, ambientalismo virginal.

Hay otros temas de los que debemos hablar en el Día de la Tierra. No es únicamente la correlación entre el volumen de recursos naturales versus los requerimientos de la población, porque ésa es una visión economicista del tema. Es cierto que es importante asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras, y que es urgente adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario, como dicen los principios consignados en la Carta de la Tierra.

Existen aspectos que atentan contra la seguridad de la especie humana, y por ende de la Tierra que nos alberga. Las guerras y toda la tipología de terrorismos por razones ideológicas que conocemos, involucran pueblos enteros, generan secuelas imborrables en el alma colectiva y dejan marcas perdurables en lo que respecta al medio ambiente. Sino que lo digan los pueblos que han sido gaseados con bombas químicas, las víctimas de accidentes radioactivos, las naciones estresadas por la proximidad de conflictos en los que las armas nucleares son una amenaza real y venidera, la contaminación perniciosa de corrientes de agua por efectos de la utilización de insumos químicos por parte del narcotráfico que azuza militarmente y alimenta económicamente a grupos terroristas en varias partes del mundo, entre otros.

Otra amenaza para la Tierra, en éste su Día y en todos sus días, es el hambre y la pobreza, hasta que lo venzamos. Aquí hay una aparente contradicción con la conservación de los recursos. En un país, como el Perú, en el que vencer la pobreza y el hambre es una prioridad insoslayable y un asunto de ética humana y de moral divina, es necesario el crecimiento económico. Si no creces económicamente, con qué recursos financieros sustentas la inclusión social y el involucramiento de la población en el sistema económico- productivo, condición esencial para salir de la pobreza. Si no creas riqueza nacional que gasto distribuyes en el pueblo, como financias la igualdad de oportunidades y de qué manera materializas el bello ideal de justicia social que todo ser humano debe llevar como bandera en alto. Para crecer económicamente, no hay nación que no haya utilizado o que no utilice sus recursos naturales. El desafío consiste en usar los recursos naturales asegurando la sostenibilidad de los mismos y respetando derechos. Algunos que no quieren o no les gusta encarar este desafío se convierten en ambientalistas virginales y terminan por oponerse a cuanto proyecto de desarrollo se sustente precisamente en la utilización de los recursos naturales.

He visto hace unos días un documental dramático sobre Haití. En esta nación latinoamericana habitada mayoritariamente por descendientes africanos que hablan muy bien el francés, hay un deterioro ambiental que debe llamar la atención de la comunidad mundial. Éste es un país que no produce petróleo, no tiene reservas de gas natural, no tiene muchas condiciones geográficas ni geológicas para obtener energía limpia que provenga de caídas de agua o de lechos geotérmicos, y lo que tiene no puede aprovecharlo por la escasa inversión en grandes proyectos que a su vez deviene de los escasos ingresos del Estado. En resumen, es un país con una inseguridad energética extrema. Esa inseguridad energética hace que gran parte de la provisión energética para las cocinas haitianas se sustente en el carbón vegetal. Y la población pobre y extrema pobre de Haití sobrevive del ingreso nimio que le produce la venta de carbón vegetal. Para obtenerlo talan bosques enteros en una nación donde el control forestal es inexistente y la reforestación es una palabra lejana. Al deforestarse grandes áreas sobreviene la erosión de los suelos que en Haití es un problema de magnitud considerable que afecta a la Madre Tierra.

Pues bien, en este Día de la Tierra hay señales que no podemos obviar. La erupción de un volcán islandés que ha levantado columnas espesas de humo que han avanzado como una nube negra en Europa y que ha paralizado el transporte aéreo y la economía de ese continente o el desmembramiento de grandes masas de hielo en el polo norte que originará el crecimiento del nivel de las aguas del mar afectando ciudades costeras. Y no sería correcto que en este Día de la Tierra no citemos eventos que podrían ocurrir en relación a la ubicación de nuestro planeta en la Vía Láctea en el año 2012 que, según algunos reportes científicos, podrían alterar el magnetismo terrestre y ocasionar la caída de los sistemas eléctricos del mundo por varios días, con todas las consecuencias que ya nos podemos imaginar.

Es necesario que este Día de la Tierra no sea un día cualquiera. No estoy pidiendo que declaren feriado, ni que asustemos a los niños como nos asustaban a nosotros con el día del juicio final. Estoy pidiendo que nos preparemos para enfrentar lo que estamos viendo en nuestros días. Y para afrontar en el futuro lo que no podemos ver hoy. Con la ayuda de Dios, claro está.