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Una vez más el gobierno ha vuelto a cometerse un autogol justo cuando subía en las encuestas tras el fallo de La Haya. A estas alturas del mandato y tras sonados casos anteriores y posteriores retrocesos, lo más seguro en pensar es que dentro de su entorno más cercano cuentan con un militante activo del boicot. Un personaje que se alegra con estas propuestas como las de subirle el sueldo a los ministros en un 100%, cuando el aparato estatal está siendo relegado por una serie de reformas que estaban bien encaminadas, pero que caen en el saco roto luego de observar que de un plumazo y sin justificación real, se aumente estos sueldos desproporcionadamente.

Un ministro siempre será una persona elegida por criterios de confianza, antes que por méritos laborales o académicos. Aunque deberían estar los más aptos, estos no necesariamente comulgarían con decisiones políticas que asuma el gobierno por contar, precisamente, con una lectura más global y no sectorial de los problemas del país. Por eso no se justifica esa excusa de “retener o atraer” a los mejores.

Peor aún, el marco de todos estos años batallando en distintos campos para sacar adelante la ley Servir, o las leyes de sectores como médicos y profesores, ha quedado lamentablemente desprestigiado. Pues el principio de todas estas normas se basan en la competencia y los méritos académicos mediante concursos para luego de arduos años uno pueda obtener un aumento de 100% de su remuneración. Con esta torpe decisión del gobierno lo único que ha establecido en estos sectores que, lastimosamente, ese era discurso para la masa, porque en los círculos de poder la cosa de la administración y los sueldasos, la cosa no ha cambiado nada.

La lamentable consecuencia que ha traído esta decisión es distanciar en relación a otros países, los niveles de injusticia salarial que tiene el Perú. Un trabajador tendría que trabajar casi cinco años para ganar en sueldo mínimo lo que en un mes obtiene un ministro. Por donde se vea esto es injusto y los criterios de “altamente calificados”, no se sostiene ante las abismales diferencias, por eso, el llamado para tomar la calle seguramente hará retroceder esta decisión ejecutando un doble golpe en el gobierno: el primero, en lo inoportuno de la decisión y luego de no ser capaz de sostener la misma.

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