Después de la misa

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Desde que Maurilio Bernardo Paniagua partió hace más de una década a lo que llamamos cielo para estar sentado a la derecha de Dios padre las misas no tienen el mismo sentido para quien escribe éstas líneas. No es que hayan perdido su sentido sino que por diversas razones creo ver en el púlpito a seguidores –o tal vez encubridores- de los pederastas que han poblado las parroquias de todo el mundo. Creo ver en ese espacio a personajes que leen versículos, comentan capítulos y reflexionan sobre parábolas que jamás pueden practicar y que en un exceso de hipocresía quieren obligar a que los demás lo tengamos como norma de vida. Será porque con Maurilio los jóvenes que lo frecuentábamos sabíamos que estábamos ante un ser de carne y hueso. Que no tenía pelos en la lengua. Y que, entre otras cosas, dudaba de todo. De todo. Y esa duda le hacía más humano. Más terrenal. Maurilio era ese sacerdote que toda sociedad progresista desea. Claro que no era el único.

Pero las familias loretanas le extrañamos. En esta semana de la familia, le extrañamos. O le deberíamos extrañar. Porque creía que la familia no sólo era “el núcleo básico de la sociedad” como nos repiten los textos en todos los grados sino que afirmaba que estaba en crisis porque los adultos negamos a los niños y adolescentes espacios para superarse y solo les damos lo que terminamos criticando. Maurilio hacía de las homilías golpes de pecho para que despertemos el sentido crítico contra nosotros mismos. De la edad que sea. Una palabra dominical de ese ciudadano de León servía para pensar toda la semana. Un acto de ese sacerdote del pelo gris blanquecino permitía que sepamos que se predica con el ejemplo.

He recordado a Maurilio con más insistencia luego de asistir a la misa dominical en la parroquia del colegio San Agustín –que se encargó de construir y de la que fue párroco hasta su muerte- al escuchar a Francisco García regañar en público a los niños que siguen la catequesis para la Primera Comunión. He lanzado una plegaria al Altísimo al ver que majadera y abusivamente el que oficiaba la misa jalaba de las orejas a un inocente niño que después de ese acto quizás piense que todos los curas son así de prepotentes. He añorado a Maurilio al observar que la feligresía ha crecido, que están los mismos de siempre y más. Que el padre nuestro cantado en la voz de Maurilio será siempre inigualable. Que los jóvenes que recibimos sus reprimendas llenas de amor ya estamos en el intento de retransmitirlas a los nuestros.

Más allá de un momento de reflexión en la vida diaria la Misa sin Maurilio se ha convertido en un espacio de comparación en la que uno se convence que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y que, como en otros aspectos de la vida, los curas que nos dejaron siempre serán mejores a los que se quedaron. Ojalá que esa generación de sacerdotes a la que tanto aportó espiritualmente Maurilio nos lleve a mejor puerto.

1 COMENTARIO

  1. Ese cura siempre fue así….pero discrepo contigo jaime, al decir q este cura por lo que dices, fue el mejor…parece q nunca escuchaste la misa de raymundo…este les deja muy lejos a todos los curas juntos de esta parte del mundo catolico. aparte q maurilio fue un cura q tenia el cuerpo sucio de tanto cigarrillo q se chupó en su vida…vaya uno a saber por qué cosas más…en fin. Y así se presentó ante el Padre.

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