Por estos días de los coletazos finales del estío he estado bebiendo un texto que inconscientemente buscaba. Tenía la música, pero me faltaba la letra, como se dice coloquialmente. Me venía a pelo con las ideas que enhebro estos días. Es un libro que invita a pensar, a la reflexión, a la discusión. Soy consciente que procedo de una zona o área extractivista de los recursos naturales y, añadiría, de las ideas también.  De una ciudad boom, de una ciudad impensada donde nací. La ciudad emergió por la explotación cauchera. No es baladí esta referencia porque esa situación genera una cultura e ideas, quiérase o no, del mismo pelaje. Es más, es el discurso dominante el de la extracción. Desde hace un tiempo he puesto atención en el discurso de diferentes actores sociales en la floresta. Casi todos, hasta el discurso que presume de más progresista, que incluye a los bobos miraflorinos afincados en la isla, está alineado a la extracción, a la competitividad, al buscar nuevos mercados, al desarrollo sostenible, a los bionegocios… es el capitalismo verde agazapado en la maraña de esa retórica. A pesar que el mundo científico nos diga que los tiros no van por allí, como el último informe sobre cambio climático, los políticos y muchos actores sociales en la floresta repiten como papagayos la salmodia del crecimiento. Es de una necesidad crucial enmendar el rumbo, debe haber ya un golpe de timón. Desde los años setenta se viene alegando que los recursos naturales tienen límites, que no podemos ir en la dirección del despilfarro, pero desde los montes, desgraciadamente, se sigue alegando al crecimiento, a las exportaciones de los recursos naturales, a abrir nuevos mercados en Europa y Norteamérica entre otras monsergas. Casi todo mirando para afuera y olvidándose de lo local. El contexto local y global obliga a decrecer, no a la expansión.

P.D. El libro citado es de Carlos Taibo «Decrecimiento. Una propuesta razonada», necesario en estos tiempos de empacho del crecimiento y de la mudança global.