El santo patrono de la fiesta brava de San Juan bajó milagrosamente el dedo hace tiempo,  iniciando un milagro de incalculables consecuencias en la vida de todos los días de los amazónicos de aquende y allende los mares y las islas lejanas. Se sospechó que ello  sucedió debido a que en el olvidado  año de  2014 se suspendió con meses de anticipación la conocida y celebrada parranda.  Los siempre celebrantes pobladores de Iquitos y sus puertos protestaron ante esa abusiva medida dado por el gobierno central. Lo que ocurrió para semejante hecho desborda toda razón y argumento.   Todo marchaba bien en la campaña electoral cuando apareció el candidato Salomón Abensur.

En declaraciones a este diario y a otros medios de comunicación, el que aspiraba a repetir el plato y los cubiertos ediles  dijo que el reputado gallo tenía mucho valor. Era una frase de circunstancias,  algo así como un cumplido con el hombre que tenía como símbolo a ese animal y que cantaba con sentimiento.  Y nada más. Pero fue suficiente. Para que los siempre  fenicios comerciantes hicieran de las suyas al subir en escandalosos porcentajes todo lo referente a esa prodigiosa fiesta. El animal que más  se disparó en los nuevos precios fue el gallo alabado.  Es decir, llegó hasta las fugaces nubes.

En otras palabras, subió hasta el  último piso del edificio abandonado de la calle Raimondi. El señor Mera volaba tan alto por entonces que nunca más  quiso bajarse de allí, y ya no le importó nada más.  Ni regresar a su casa o al local partidario a continuar con la campaña política.  Lo único que consumió sus días después de las elecciones era el nuevo prestigio que tenía, el renovado valor que era vivir agitando sus brazos como si fueran alas y cantando como si se tratara de un concurso  de barrio.