Así fue

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

El papa Benedicto XVI ha dicho orbi et orbi que “por desgracia” en la sociedad actual la Navidad está perdiendo su “profundo valor religioso” y pidió a los cristianos que se muestren más activos con los más necesitados, “ya que para los pobres no puede haber más dilación”. Dichas por el máximo representante de la Iglesia Católica esas palabras son mayores.

Y es que desde hace varios años la Navidad ya perdió su valor  religioso. Y lo ha hecho para ceder terreno a la comercialización de todo lo que significa esta fecha donde el nacimiento de Jesucristo debería ser el pretexto para reflexionar. Pero nada de eso se hace porque hemos arrinconado las cosas buenas y hemos priorizado la banalidad y la celebración lúdica se apoderó de las familias. Y tampoco nos sorprendamos porque el mundo de hoy –incluyendo a la institución llamada Iglesia- corre al ritmo de la oferta y la demanda. Donde la espiritualidad es la última rueda del coche.

Para comprobar esto solo recordemos cómo se celebraba la Navidad en Iquitos hace tres décadas. La familia era el centro de la celebración. Con sus hipocresías inevitables, es verdad, pero se guardaban las formas. Se esperaba la Nochebuena alrededor de una mesa donde la bebida y la comida eran bendecidas antes de ser ingeridas. Donde los regalos tenían el sentido de solidaridad que es inherente a la vida cristiana. Los padres se juntaban alrededor de los hijos y quienes deseaban compartir la alimentación bajo la oración. Antes de la cena, bienvenido el Padre Nuestro, mejor si era con un Avemaría seguido de un Credo. La asistencia a la misa de gallo era exigida no solo por una educación sólida sino porque era el encuentro con la palabra de Dios.

Los barrios se enfrascaban en una competencia de pastorcitos y lo que se llamaba “El viejo” era perseguido por los niños con la picardía propia de la edad seguida de preguntas en torno a la Biblia. Algunos vecinos financiaban la vestimenta de toda una cuadrilla de pastorcitos y uno deambulaba por varias cuadras a la redonda con ese disfraz que le ponía en la categoría de personaje histórico.

Todos estos recuerdos vienen a la mente porque Benedicto se queja porque la Navidad está perdiendo su sentido y los que deberían organizar concursos en torno a este acontecimiento están preocupados en otras cosas. Y los padres de familia cuyo progreso comercial es evidente se preocupan en celebrar chocolatadas descuidando lo fundamental.

Y se continuará por ese camino mientras se tenga como modelo de vida una sociedad de consumo que, no hay duda, nos consumirá a todos, incluido el inquilino de la Santa Sede. No faltaba más.