En este mundo de individualismo supremo todavía coletea un rasgo autoritario de las sociedades. Es un rasgo que me produce alergia en este mundo que se envanece que respetan las decisiones individuales. Abro un diario y te dicen a través de una crónica las diez mejores playas que debes visitar. O como viene el estío te incardinan a los diez mejores libros que debes leer en la playa, muchos de ellos pesados como el engrudo y livianos como una flatulencia. Ni se diga ya de las recomendaciones de la vida sexual ¿pueden ingresar con total impunidad a la alcoba? Lo peor es que hay gente que apostilla esas crónicas como grandes atletas sexuales, un horror. En verdad, causa extrañeza en una sociedad que rinde culto a la libertad personal, que sobre esa basa han construido un sistema político, se deja aborregar por esta clase de incardinaciones en la vida íntima realmente nefastas. Ingresan a la vida privada de las decisiones. No hay nada peor que seguir a la cuadrilla, te dejan sin alma. Cierta vez me contuve para no mandarle a un buen puerto a una persona que me pregunto si había estado en una ciudad X. Le dije que sí, ¿visitaste tal o cual lugar? Le dije no, me contestó inmediatamente, en tono casi de reproche y mala leche, entonces no has estado en la ciudad X. Me quedé extrañado y con cara de idiota (mi amigo Alfonso Castro me dice que no tengo que esforzarme para tener esa cara). Me quedé en blanco y turbado. Impotente de contestarle para no ser grosero. Me escocía conmigo mismo mi falta de reprís. Es decir, si no visito tal o cual lugar pueden negarte que no has estado en esa ciudad ¿desde cuándo?, ¿quién diablos se arrogó esa autoridad suprema? Hay que correr de esos metiches y se sugerencias infructuosas. Déjennos en paz. Cada uno dibujo o delinea el mundo a su manera, no necesitamos guías memos.

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