Luego de unos años hemos vuelto a visitar a Antonio, en el cementerio de Mansilla del Páramo, en León. Es un viaje de casi tres horas y media en coche, con descansos para un buen café. No se hace largo porque en el viaje está lleno de anécdotas y comentarios de lo que se pasó y dejó de pasar. Previo al viaje nos habíamos informado del tiempo: amenazaba lluvia ese día. Aunque la lluvia fue a momentos y en el pueblo de Antonio apenas mojó un poco. Y fue un día de sol como nunca. Siempre que voy “hace un frío que pela”, sí, sientes que entra por los pies. Hace un frío de rigor, pero este año sentí el cambio del tiempo, el cambio climático incluido. Era un tiempo otoñal, apacible y llevadero. Uno de los lugares temidos es la iglesia- para ese día llena a tope y coincidió con una difunta, pero para mi asombro no se sentía gélida la iglesia. Se siguió el protocolo de siempre: dejar las flores a los deudos, la misa, la caminata hasta el cementerio nuevamente en una nutrida procesión, la alocución del cura con los deudos en las tumbas de los fallecidos y se cierra el protocolo. Todo esto bajo el contexto de los encuentros con familiares de tiempos, la gran familia ampliada. El cementerio se llena de voces, bulle. No se parece en nada al de otros meses, silencioso al lado de los campos para la agricultura. Con unos de los primos, Emiliano, lo llamo Emiliano (Mili) Páramo porque es una persona que vive y disfruta de este lugar en el páramo, su cabeza bulle de historia, planes y proyectos – parece que nunca descansa. Tiene un huerto como entretenimiento que produce frutos, como es él nos regaló una gran calabaza para la vuelta. Con él enrumbamos a Hospital de Órbigo, es la ruta del Camino de Santiago, para comer en un restaurante elegido por Mili. Es  un alto del camino entre el presente y pasado porque la vida sigue sin parar.

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