En la Amazonía peruana, una rica y contradictoria zona de contacto, la radio es un elemento de comunicación importante. En el rincón más recóndito de la floresta la radio es un elemento clave en la vida social. Había, no sé si continua, en Isla Grande un programa exclusivo para la población bosquesina para citar el concepto de Jorge Gashé. Era muy curioso como estaba diseñado el programa radial que incluía temas agroecológicos entre otros, pero también, previamente un espacio para los mensajes. Eso de los mensajes me causaba mucha curiosidad porque de una manera rápida y barata se podía comunicar con otras personas allende en los bosques. Cuando era niño en una de las estancias en Chiclayo y Pisco acompañaba a mi abuela a escuchar las radionovelas, sí, como en La tía Julia y el escribidor. El peso de la oralidad era tremendo. Tampoco es casual que una de las voces protagónicas en Pantaleón y las visitadoras sea el Sinchi, un periodista que estaba al mando de un radioperiódico. Pero, esto es un dato importante en una zona como la floresta cualquier filólogo clásico sensible que estudie la oralidad en Grecia no lo dejaría pasar como comenta Eric Havelock en La musa aprende a escribir. La oralidad a fin de cuentas no la hemos desdeñado del mundo urbano, está ahí presente en muchos momentos cotidianos. En esta zona de contacto, estamos en un mundo oral que camina al mundo escrito que es todo un largo y serpenteante proceso. A todo esto hay que sumar el de las nuevas tecnologías informáticas que es un mundo con su propio lenguaje. Tenemos un alud que nos puede dejar aturullados. Veo con mucho que organizaciones indígenas y asociaciones usan el formato digital para sus reivindicaciones y para darse a conocer, supone un gran reto de adaptación en este mundo global líquido y caníbal. Estábamos aclimatándonos del paso de la oralidad a la escritura y se nos viene como un huayco el formato digital. Es mucho más que un reto a tener en cuenta.

 

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