Tiempos de perplejidad. Leía un ensayo de Alain Finkielkraut, el aguza la mirada sobre lo que está pasando en estos días. Llegue a él porque trabajó en un ensayo sobre “El judío imaginario” que todavía sigue pendiente en mis búsquedas pero le eché diente a su ensayo “La identidad desdichada”. Es un ensayista francés que camina en la frontera de lo políticamente correcto – eso que a los de derechas les gusta aplaudir por su presumible irreverencia. Me daba la sensación a lo largo de la lectura que estábamos ante un meteorólogo muy pesimista con lo que sucede alrededor y con el debate de la vida pública francesa. Laicismo. Republicanismo. El velo en las escuelas. Acusa a las feministas de “deserotizar” las relaciones emocionales ¿no cree el erotismo tiene mucha carga patriarcal? En su caleidoscopio esta persona del tiempo observaba solo las nubes negras, posibles chubascos, vientos racheados y mares de fondo. Creo que sucede con mucha gente que se aferra a ciertas tradiciones de pensamiento y no la quieren cambiar por nada en el mundo – como cuando los aficionados a los toros reciben los duros reproches de los animalistas y siguen tozudamente en sus trece. No se mueven y están tercamente en su sitio defendiendo lo indefendible como los nacionalistas de todo pelaje. Daba la impresión que el mundo de Finkielkraut que él ayudó a construir o lo que estaba construyendo se ha venido abajo, solo quedan astillas regadas por el suelo que son miradas con resignación. No es lo que él había pensado. El fenómeno de la inmigración ha trastocado todo ese mundo supuestamente firme. El derecho a la libertad de culto y de conciencia ha generado una eclosión en su mundo cuando cerca de su casa se erige una mezquita o las muchachas salen a la calle con su velo cubriendo sus cabellos y rostros, de vaqueros y con móvil en la mano. O el de la tienda de la esquino es un vecino marroquí, argelino, tunecino o chino. No lo digiere debidamente. Esa idea de la universalidad (a veces, es avasallamiento) que pregonaba y pregona el etnocentrismo europeo hace aguas en su propio territorio. A pesar de lo quejumbroso de sus notas hay que estar atento a Finkielkraut que canta el ocaso de su mundo.

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