La posición a manera de cruzada que ha iniciado el presidente Martín Vizcarra a favor de referéndum para intentar reformar los operadores de justicia va durar lo que dura la pita de su crecimiento en popularidad. A veces parece que Vizcarra Cornejo es el conejo que se le escapó del sombrero al fujimorismo y a ratos se ha encontrado, ya no con un ventrílocuo que iba a repetir la música que tenía que tocar la mayoría parlamentaria, sino con un actor de primera línea con partitura independiente.

A veces hace pensar que le ha nacido una ambición genuina de llegar a ser presidente de la república por la puerta grande y ser elegido como tal y como consecuencia de esta ambición ha trazado un camino de hacer populismo responsable (si cabe el termino) al invocar una reforma apoyada por la legitimidad que puede dar un referéndum que podría ser el primer paso político hacia el 2022. Hay ya varios que han visualizado esta posibilidad y se aprestan a interponer un proyecto de ley que le impida esta ambición no tan descabellada.

Para ese objetivo es claro que tiene que deshacerse del principal rival político que va tener, el fujimorismo. Y como alternativa crucial tendría que decidir entre el enfrentamiento frontal y decisivo no sólo a un sector radical del fujimorismo sino a un sector empresarial que apoya fervientemente a Keiko y compañía, sino acordémonos que la hija mayor en su encuentro con el mandatario le pidió la cabeza de la ministra porque promueve los denominados octágonos en los productos chatarra.

Su otra posibilidad es seguir nadando entre la hamaca de alargar el enfrentamiento. Es decir hacer caso eventualmente algunas propuestas de la mayoría parlamentaria, claro sin descuidar el referéndum, su única posibilidad de enganchar con la población a largo plazo. Claro que en el camino por decidirse está la amenaza de cerrar el Congreso, una alternativa que pintaría el perfil de aquí a unos años del que fuera gobernador regional y que se encontró con la presidencia el día en que PPK no tuvo lo que ahora le reclaman a él para no ser el próximo rehén.

Un provinciano siempre tendrá una perspectiva diferente de lo que pasa en las esferas del poder. La puede ver de lejos, como que no necesariamente es parte de ella, observar que las ruletas del poder son engañosas y frías y además todos en la cúpula están por defender otros o sus propios intereses, es decir verse extraño y precisamente desde esa perspectiva empujar hacia lo que la calle dirige. Eso reditúa un futuro promisor al que quiere jugarse de lleno por crear una figura propia y de paso pasar a la historia.

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