[ Por: Gerald Rodríguez. N].

El Perú, como los demás países latinoamericanos, ha forjado su naciente mestizaje y nueva república, o sea su nuevo mundo después de que las alturas de la prehistoria fuesen derrumbadas, con pilares de violencia, discriminación, exclusión y racismo hasta el vómito macabro que ha hecho de este país en su modernidad y su clase post moderna el reflejo de su pasado viviente y aún vigente. Es imposible poder negar las raíces de la historia peruana, sino también que no se quiere renunciar a ella, actitud de un país que vive de ese pasado, se alimenta de su violencia y de toda su peste de marginación para hacer de su actualidad el mismo país fragmentado, el que plagado de tantas turbaciones, altera el entorno en la cual se vive, quiebra la armonía y suspende el progreso social y moral. Fortalece la desigualdad y rige el autoritarismo como principio de gobierno y de sobrevivencia. El pasado de violencia y marginación parece haberse detenido en el tiempo que hasta en la actualidad seguimos respirando su atmosfera de alguna u otra manera.

Pero el tiempo es Manatí, las generaciones también lo son, manatíes iluminados en un charco de exclusión y violencia. Y es que los problemas de un país con un alma que rige en su pasado es para la manada de manatíes algo ajeno a ellos, no se sienten en esas turbaciones, sino que ellos mismos son arrastrados a esas turbulentas pero de la cual no buscan escapar, se conforman en ellas y hacen en esas turbaciones una forma de existir por nada y para siempre. De esta manera se refleja el pasado, el presente, entrelazados como hilo de luz que se tejen en el espacio, las palabras y las estructuras narrativas de Miguel Donayre Pinedo (Iquitos, 1962) que testimonia desde la ficción llamada Turbación de Manatíes (Lluvia Editores, 2014) lo que su alma inquieta de narrador hurgador del mapa sociológico e histórico del presente y el pasado deja repetir sus conclusiones mediante un palmadazo que quiere despertar a todos del sueño en la cual seguimos caminando en círculo.

Miguel es aquel albañil de ficciones que va construyendo con esos ladrillos de palabras duras y reales lo que es el sentir profundo de aquel exiliado que lo recuerda todo: su infancia, su ciudad, su época escolar, sus días en una pensión en Lima, la universidad y con ello todo lo malo lo que fue su país, sus desaciertos políticos y sociales, pero más que todo morales. El recuerdo que le llega como un río que abre un nuevo rumbo y que viene arrastrando agua de un pasado y que irrumpe en su nuevo sendero de su presente. La fortaleza de su narración recae desde la primera persona narrada, el testimonio del que ahora se encuentra lejos de su ciudad natal, Isla Grande.