El nacimiento de Sofía Raez Loyola Vásquez estaba previsto para el 21 de marzo del 2019. Pero tuvo la gentileza de esperar a que la familia aumentara primero –como si no fuera suficiente el aumento que ella traía ya- para que el 27 de marzo a las 11.35 minutos de la mañana saliera del vientre de su madre, la señora Rossana Loyola de Raez. Ya antes de salir del “paritorio” de la clínica en Gran Canarias habíamos recibido su rostro y desde ese momento no sólo la abuelita sino la treintena de familiares estamos pendiente de ella y todo lo que haga. ¿Qué extraño designio es el que nos ha traído a los Vásquez Morales hasta esta isla española para ser testigos de este alumbramiento? Mientras Mónica Marina, Daniela de Fátima y Carlos Maurilio al lado de Naty montamos guardia en los pasillos de la clínica varias escenas han venido a mi mente.

Algunos dicen que las mujeres no son la continuidad de la especie porque en ellas, qué contradicción, ¿no?, se termina el apellido y algunos estúpidos tienen teorías más ofensivas sobre la disolución de los genes patriarcales. Siempre he creído que si el mundo se mantiene como tal es porque el matriarcado lo ha permitido. Hay sobre ello teorías científicas y sentimentales. La más conocida es la que esgrimía Gabriel García Márquez sobre la función vital que ejerció su madre en su vida a pesar que su padre era un trotamundo empedernido.

Sofía es la primera bisnieta –no se precisa rebuscar más atrás en una estirpe cuyo árbol genealógico es más que un ejercicio laberíntico- de los Vásquez Valcárcel, aquella familia que en el año 1958 decidieron formar Julia Judith y Carlos Toribio y procrearon en ese proceso siete hijos, cuatro de ellas mujeres. Chanita, madre de Sofía, también fue la primera en su momento. La nieta. Nació de la unión entre Armando Loyola Rosas y Natividad Vásquez Valcárcel. En realidad fue la segunda, pero la primera de las mujeres. A pesar que la mayoría de su niñez la pasó en Pucallpa, su madre y las tías se las ingeniaban para que, ya sea por su onomástico o para las vacaciones, se diera un salto a Iquitos y alegrara a todos con sus travesuras, locuras y engreimientos que siempre estaban mezclados de llanto y risa, en una combinación que a todos mantenía al borde de la carcajada.

Sofía, los que han experimentado este tipo se sensaciones entenderán con mayor rapidez, es la primera bisnieta y como tal su llegada se impregnó de una expectativa que aumentó no sólo por la lejanía del lugar donde decidió venir a este mundo sino porque creo que con ella se ha iniciado –tal como en su momento lo hizo su mamá- una continuación de la especie en la que sobrinos y sobrinas ingresarán a una competencia inconsciente de pronóstico aritmético reservado. Es increíble cómo dos almas en el mundo han traído a Sofía a este mundo.

Alejandro Raez, nacido en Jaén, España, una buena noche se apareció en una discoteca de Iquitos ya para terminar sus vacaciones y encontró a Rossana en la penumbra y se les hizo la luz a ambos. Como si todo ya estuviera escrito, desde esa noche no se han separado. Él ha vuelto varias veces a la capital loretana ya no de vacaciones sino con la exclusiva misión de visitarla. Ella ha cruzado el charco también con el mismo propósito. Hasta que fijaron fecha de boda ante la fijación incrédula del entorno y la alegría contenida de mamá Naty. La familia tiene una larga lista de emprendimientos inesperados, así que todos tomamos la boda civil y religiosa como parte de ese camino. Terminada la fiesta Alejandro y Chany emprendieron viaje a la ciudad donde trabaja el esposo, como debe ser. Como lo hizo la madre de ella cuando se unió a Armando y tuvo que ir a Pucallpa. Claro, la diferencia es que para ir a “la tierra colorada” bastaba tomar un avión y en menos de una hora se aterrizaba. Gran Canaria está a más de 7 mil kilómetros de Iquitos pero para llegar a ella se necesita viajar 15 horas con 30 minutos. Pequeño detalle que ni Alejandro ni Chany habrán tomado en cuenta para consolidar el amor que un día iniciaron. Tampoco lo habrá tomado en cuenta Naty, quien ni bien enterada de la llegada de su nieta alistó maletas con tanta anticipación que dos semanas antes del día previsto ya desembarcaba en Gran Canaria.

En medio de este laberinto genecológico y genealógico que a veces desafía cualquier lógica es que hemos sido testigo del alumbramiento de Sofía. Con ella he confirmado que es inmedible la felicidad que se dibuja en el rostro de las madres ante la llegada de un hijo. Rossana no cabe de felicidad. Y ese cuerpito que estaba dentro de su cuerpo es la bendición no sólo corporal sino espiritual para toda la familia. Ese primer bostezo, ese primer llanto, esa primera teta, esa primera rabieta, esa primera bisnieta ha sido posible porque dos almas en el mundo quiso unir Dios, dos almas que se aman y ahora son tres: Alejandro, Rossana y Sofía. Esa nieta me ha convertido en tío abuelo –disculpen la cursilería- y el destino ha querido que lo reciba al lado de Mónica, Daniela y Maurilio en esta isla española donde Natividad, la hermana mayor de los Vásquez Valcárcel, está más feliz que nunca. Al abrazarla para felicitarla ambos hemos resumido los años vividos y en silencio hemos elevado una plegaria para que todos los niños del mundo traigan siempre lo que Sofia ha traído para los que sabemos de su existencia: felicidad.