ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

En los primeros años de los agustinos en Iquitos la hostilidad urbana y rural era notoria y anotada por los propios religiosos. Escribió el padre Avencio Villarejo en sus memorias que el padre Anselmo Sandín le confió cuando, conminado por el Provicario Apostólico Rosino Ramos, tuvo que regresar inmediatamente de Caballococha a Iquitos: “El gobierno ha expulsado a tres misioneros por extranjeros indeseables”. Entre esos expulsados estaba el padre Lucas Espinosa que según todos los testimonios fue un modelo de apóstol que recorrió todos los pueblos de la jurisdicción que, aunque parezca increíble, estuvo siete años acéfala sin pastor “en circunstancias tan críticas para la sufrida Misión”. Y las pugnas y disputas entre los sacerdotes no era menor. Sólo un ejemplo: en varios textos se señala que Monseñor Sotero Redondo fue el impulsor de la construcción de la Iglesia Matriz. Pero el padre Avencio Villarejo asegura que esa construcción se hizo a pesar de la rotunda negativa del vicario apostólico y vicario provincial que ante la insistencia le dijeron: “no hay dinero, no cuentes con nuestro apoyo”. Luego cuando Villarejo explicó que contaría con el apoyo de la población le dijeron: “Haz lo que quieras pero no cuentes con nuestro apoyo”.

Pero en la relación con los nativos tampoco les iba muy bien. Porque en 1904 fueron asesinados dos religiosos: p. Bernardo Calle y Fr. Miguel Villajolí. Cuenta la Iglesia en documentos oficiales que “cuando de repente los infieles se arrojaron sobre los cristianos, y entonces el P. Calle trató de huir en la canoa que estaba en el río, pero en el momento de subir a ella, fue herido de un tiro, cayendo al agua, donde fue rematado a lanzadas por un infiel llamado Chajupe”. Una mujer que vio todo contó, según la versión jerárquica de la Iglesia, que “le despojaron hasta de la ropa interior y descerrajaron el altar portátil, llevándose todos los objetos que contenía”. Todo esto sucedió en Puerto Meléndez por el Pongo de Maseriche. Esto fue un momento crucial para los evangelizadores agustinos en Loreto, quienes desconfiaban más que en los moradores, en los representantes del gobierno que mostraron desinterés por el tema.

El padre Paulino fue quien fundó Puerto Meléndez, donde pocos meses después murieron el P. Bernardo Calle con el novicio Miguel Vilajolí, un español viudo, quienes tenían como proyecto ambicioso que una vez “evangelizados los feroces salvajes no sólo volverán a poblarse aquellos hermosísimos territorios y a ser emporio de riqueza sino que contendrá la invasión que continuamente realizan los ecuatorianos en terrenos pertenecientes sin género alguno de duda al Perú». Los evangelizadores también se preocupaban de la geopolítica en plena época cauchera que, según algunas fuentes, tenía en algunos indígenas la expresión terrible de la guerra declarada por los que se oponían valientemente a la invasión de sus territorios. Todos estos hechos provocaron en el P. Paulino la primera prueba y tentación de renuncia. Es decir, las renuncias no estaban alejadas de las vocaciones, ya en los primeros años del siglo pasado, tal como sucede ahora entre obispos y sacerdotes.

P.D. En la próxima entrega las empresas clericales en Iquitos y sus medios de comunicación.