ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

En noviembre del año pasado en la Biblioteca “Mario Vargas Llosa” de Arequipa el escritor Pedro Llosa Vélez, primo/hermano/sobrino del Nobel de Literatura, explicaba al auditorio que en Iquitos había trabajado la biografía de un empresario -para el libro «Hasta aquí llegamos – historia de extranjeros en el Perú»- que al conocer la crónica le dijo que no autorizaba la publicación y que mejor busque otro de los tantos extranjeros que se han quedado en la capital loretana. Ante ese desplante, Llosa pidió a una amiga de la zona que le facilitara el nombre de alguien cuya historia sea interesante. Así llegó donde el padre Raymundo Portelli, sino por error al menos como segunda opción.
Cuando terminó la conferencia, sorprendidos por la revelación, un grupo de periodistas que escuchamos su relato nos acercamos para preguntarle quién era tal empresario que se negó a revelar parte de su vida porque no encontraba nada interesante en ella. Se trataba de Walter Saxer, el productor ejecutivo de “Fitzcarraldo”, aquella película dirigida por Werner Herzog que tuvo financiamiento alemán y que es, por despliegue y nivel financiero/artístico, el proyecto cinematográfico más serio y descabellado que se haya filmado en Iquitos, sino en la Amazonía peruana.
Raymundo Portelli, a decir de Llosa Velez, es un ser encantador y desde la primera conversación con él se quedó con la impresión que se trataba de una persona carismática sino que vida era por demás interesante. Me vi con Raymundo un domingo y a los cinco minutos de iniciar el diálogo dije que tenía que estar en el libro porque su historia es riquísima, dijo Pedro hace algunos días en diálogo con el autor de este artículo. Incluso, explicó en la misma conversación, su deseo de ser médico, era algo que su congregación no le permitía, pero batalló y finalmente hizo la carrera de Medicina en la UNAP, hasta tuvo que llevar un curso escolar para que sea admitido en la universidad.
Walter Saxer es un alemán que una vez concluído el proyecto “Fitzcarraldo” decidió quedarse en Iquitos. En el mismo lugar donde han estado los que hicieron el filme, en ese ambiente ha instalado una especie de recreo/hospedaje que, no pocas veces, se ha visto violentado por los vecinos que han intentado invadir el predio. Todo aquel que, ya sea por cuestiones periodísticas o de diversión (a veces ambas se juntan), ha logrado conversar con Saxer ha encontrado cierta rabia en él por el esfuerzo que significa mantener un proyecto serio en la ciudad. Ubicado en la avenida La Marina, el lugar es un oasis urbano en medio de tanta bulla y si no ha prosperado más es por el carácter del propietario y porque Iquitos, también, es una ciudad donde no es fácil tener éxito tan sólo con disciplina y un poco de dinero. Ha sido su carisma, sin duda, que le ha impedido lograr lo que se llama progreso, a pesar del empeño puesto en su empresa.
Raymundo Portelli visitó primero Arequipa, antes de instalarse definitivamente en Iquitos. Siempre quiso ser médico. Se ha dejado ganar por el sacerdocio y, con cierta terquedad mezclada con vocación, ha podido ser cura y también médico. Cura alma y cuerpo, podría decirse no sin poca exageración. Pero más allá de su vida clerical, ha sido su carisma -que provoca cierto escozor, hay que decirlo, entre sus colegas médicos y no médicos- lo que ha permitido tener éxito no sólo en la parroquia con los feligreses sino con los proyectos humanitarios que giran en torno al emprendimiento que desarrolla. Los enfermos con SIDA, los drogadictos, los pordioseros han logrado vivir con dignidad gracias a que Raymundo -a través de gente de su confianza- ha comprometido a medio millar de aportantes que mantienen esos proyectos.
Raymundo no iba a quedarse en Iquitos. Su pasión es el medio rural. Por eso aprovecha cada ocasión para viajar a los pueblos de la ribera. Cuando no puede hacerlo, se limita a darse una vuelta pastoral por los caseríos aledaños sin descuidar el rebaño que tiene por la calle Soledad, donde vive sin hacer gala al nombre de dicha calle.
Saxer no iba a quedarse en Iquitos. El destino le tenía reservado varios proyectos cinematográficos junto a su amigo Herzog. Pero una broncas internas y hasta existenciales han hecho que por error radique -quizás para siempre- en la capital loretana. Él, con esa germana pretensión, ha pasado a ser uno de los extranjeros que visitó Iquitos y nunca pudo desligarse de su territorio. Él, con esa teutona disciplina, ha querido vivir en Iquitos como si estaría en algún pueblito alemán y, no es que haya fracasado en el intento, sino que basta conversar cualquier mañana o tarde con él para darse cuenta que su amargura es también su ternura. Si es que considera un error el haberse quedado en Iquitos no será él quien lo cuente y talvez por eso negó la publicación de su historia.
Con sus matices, Saxer y Raymundo, pertenecen a esa legión de extranjeros que han llegado a Iquitos para emprender proyectos personales que, a veces, el error, permite conocerlos. Están en orillas opuestas en cuanto a creencias y comportamiento pero ambos han hecho de la terquedad una manera de triunfar.