Gran parte de la narrativa viajera escrita sobre la floresta fueron pergeñados por varones. Las mujeres por diferentes prejuicios y sinrazones no viajaban o al menos no hacían viajes tan largos y tan osados como el de ir a la floresta. Ese mundo narrado por los hombres era de aventuras y muchos peligros, eran caballeros de la aventura. En las primeras crónicas escritas por los extremeños al redescubrir el Amazonas dan cuenta que vieron a unas mujeres guerreras, de un solo seno que lanzaban flechas a mansalva contra los invasores. Pero desde ahí la presencia de las mujeres se minimiza, salvo casos puntuales como el de Inés de Atienza, en la aventura de El Dorado (¿habrá escrito Inés algún opúsculo sobre este azaroso viaje?) y resignificada por el poeta Percy Vílchez en su poemario “Mural de las aguas”. Hay contadas con los dedos de la mano por ese modo caprichoso y masculino de contar la historia de una aventura. Me detengo un momento en esa imagen de las guerreras lidiando contra los despojadores que hubiera dado para mucha tinta pero se pasó de largo. A mí, esa imagen me anega de preguntas ¿dónde estaban los hombres que no fueron divisados por los cronistas?, ¿era en tierra inhóspita y vacía el traslado de un mito griego de parte de los invasores?, ¿era la experiencia cultural de los viajeros?, ¿las mujeres que lanzaban venablos contra los usurpadores tuvieron algún poder?, ¿ellas tomaron la iniciativa de defender ante los usurpadores? Sí, tengo muchas más preguntas ¿qué tal si en las naves por el río Napo y Amazonas hubiera habido una cronista?, ¿qué visión de lo que veía hubiera dado de este encuentro de mundos?, seguro que hubiera repujado de otra manera, con otros pliegues y bordados ¿hubiera alimentado la codicia sobre los recursos naturales y alimentado mitos como el País de Jauja, El Dorado y lagos en cuyos fondos estaban llenos de oro? Es tiempo de creciente y me lleno de más preguntas.

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