¡No más coitus interruptus!

Moisés Panduro Coral

Dicen que el tal Onán odiaba a su hermano, y por eso desobedeció la ley que en la antigüedad instituía que si el primogénito de la familia moría sin dejar descendencia, entonces el hermano que le sucedía debía casarse con la viuda y tener hijos con ella para hacerle la progenie al difunto. En abierto testimonio del respeto a esa obligación, la misma ley señalaba que el primer hijo que naciera de esta unión debía llevar el nombre del desaparecido. Dice la fuente bíblica que Onán se casó a regañadientes con su cuñada, pero fue muy astuto para incumplir con ese objeto supremo de la tradición: procrear hijos y darle continuidad al linaje.

“Coitus interruptus” es como se denomina en la literatura médica a la práctica utilizada por Onán, hace ya miles de años, para cortar la subsistencia y extensión de la estirpe de su hermano, y por lo que sabemos del resto de ese relato, no es difícil deducir que detrás de ese proceder, -que para la sociedad de la época era un acto desleal contra su propia familia-, estaban la mezquindad, el rencor, la envidia y la  irresponsabilidad de Onán con el futuro de su clase, de su casa, de su clan. Esos males sociales tan profundamente enraizados en el alma de la especie humana desde tiempos remotos hasta nuestros días.

Pues bien, salvando las distancias de tiempo y lugar, de costumbres y sociedades, de lo biológico respecto de lo social, esa actitud onanista es una de las causas por la que nuestra nación no ha alcanzado la plenitud de su conciencia histórica. Así, hemos aplaudido los coitus interruptus que han impedido reiteradamente la gestación de un sistema democrático  sustentado en los derechos humanos, la equidad y la paz. Basta recordar que los golpismos contra gobiernos democráticos gozaron en su momento de una popularidad inmensa y generosa. Para un gran sector de peruanos, el golpista Odría no es un dictador que deportó, encerró y asesinó a los apristas, sino un gobernante que hizo grandes obras; Velasco no es el que amputó libertades y arruinó la economía nacional estatizando hasta los puestos de venta de alimentos, sino un revolucionario que fue depuesto por un contrarrevolucionario; y Fujimori no es el que disolvió un Congreso con tanques y soldados, sino un chinito que dio mucha ayuda a los pobres con los programas sociales. Peruanos onanistas, ellos, que abortaron gobiernos democráticos. Peruanos onanistas, aquellos, que los consintieron.

Somos un país en donde las clases política y empresarial se han comportado durante muchos años como zafios asaltantes de la continuidad de políticas de Estado. Legraron a cuchillada limpia y con un achoramiento de barrio bajo las oportunidades que hemos tenido de fecundar primero, y alumbrar después, una nación próspera y justa. ¡Cuántas iniciativas políticas se han formulado tomando como argumento el interés singular de una casta económica! ¡Cuántas decisiones económicas se han tomado en función a la conveniencia angurrienta de los pudientes y no de los necesitados!. El país que fue un tiempo agrarista y oligárquico, otro tiempo quiso ser antioligárquico y paladín de la industrialización por sustitución de importaciones. Un tiempo fue fondomonetarista y, en unos años más, antiimperialista que destina sólo una parte de sus exportaciones al pago de la deuda externa, para volverse después en un puntual pagador neoliberal de la deuda externa. Durante décadas no ha habido acuerdos acerca de la nación que queremos construir.

No todo ha sido coitus interruptus en la historia política y económica de nuestro país. Caminando los caminos, mirando los horizontes, recibiendo los palazos de la realidad, nos hemos ido dado cuenta que ser onanistas es un mal negocio para el Perú. Eso explica por qué desde hace unos diez años, más o menos, a partir del Acuerdo Nacional y del Plan Bicentenario, se ha ido afianzando un consenso con relación al carácter imprescindible que tiene para la nación la continuidad y el reforzamiento de las vigas maestras del desarrollo: democracia, crecimiento económico, innovación tecnológica, competitividad, redistribución de la riqueza, justicia social. El pan con libertad de Haya de la Torre.

Hoy, existe la sensación de que las cosas van cambiando. Por lo menos, en lo que corresponde al manejo responsable de los temas macroeconómicos, así es, al igual que en el actuar sensato de los políticos frente a las tendencias mundiales. La necesidad de consolidar la democracia y de profundizarla, así como la perentoriedad de prolongar y expandir las políticas exitosas va ganando terreno y dejando atrás el coitus interruptus de la mediocridad y el egoísmo.

Sin embargo, hay remanentes del onanismo que parece que están depositados en lo más íntimo de nuestros genes. Hace unos días nomás, un decreto supremo ponía punto final a la municipalización de la educación que, como proceso piloto, se había iniciado en el Perú en el gobierno de Alan García. Los reclamos sindicales y los informes caviarescos disfrazados de defensorías del pueblo atados a las ofertas electorales del nuevo gobernante, ahogaron una experiencia educativa descentralista que, con las correcciones necesarias, debería haberse ahondado y acelerado. ¿No es, pues, que nuestra exigencia es la descentralización? ¿No es, pues, que la descentralización es un proceso que tiene como finalidad transferir el poder desde el centro hacia la periferia, de lo urbano hacia lo rural, desde el más alto nivel de lo público hacia el primer peldaño del Estado, el que está más cerca de la gente, que son los gobiernos locales? ¿No es, pues, que la descentralización promueve la identidad nacional al reconocernos sociodiversos y que la educación intercultural y participativa, es la palanca que potencia se proceso?.

No debemos, no podemos seguir siendo un país de exabruptos onanistas. Y, por eso, aunque nos haya causado gracia el discurso de un congresista que, al referirse a la ejecución de unos proyectos, pidió “no más coitus interruptus”, en el fondo tiene razón. ¡Sí señor, no más “coitus interruptus”!. ¡No más “retiradas”!, ¡no más “marchas atrás”!. Que ese pecado, en una nación urgida de gestaciones y alumbramientos, no lo castiga la ley. Lo castiga la historia.

4 COMENTARIOS

  1. Carlos, en este artículo hablo de procesos que se han iniciado y se han ido desencadenando. No es el caso del Presidente regional de Loreto por que éste -para lástima- no ha empezado ningún proceso digno de ser tomado en cuenta como tal. Precisamente, por eso, hay que revocarlo ¡ya!.

  2. El Coitus Interruptus que se quiere hacer al presidente Regional de Loreto esta bien de Hecho las causales han sido fundamentadas por la organizacion social que lo solicito al ampara de las leyes y el orden imperante!

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