ESCRIBE: Percy Vílchez

En la noche de la actual tragedia amazónica destaca el nombre de Andoas. Es la capital del petróleo como que es el centro del lote 192, lugar de la mayor cantidad de oro negro encontrado hasta ahora en la región de los verdores. Como es natural, la primera noticia sobre ese prodigio despertó los delirios y las ilusiones de los lugareños, como en Trompeteros. Todos y todas esperaban un mañana mejor, una vida diferente, gracias a la explotación de ese recurso del subsuelo. Así pareció ser con el arribo de los implementos, las maquinarias y las cuadrillas de trabajadores. El petróleo era el futuro. El porvenir estaba a la vuelta de la esquina. Pero no fue así.


El presente de Andoas, ahora que se ha dejado de explotar por 3 años el lote 192, es el de un pueblo perdido en el atraso, un pueblo fantasma. No hay trabajo, no hay dinero circulante, es escasa la presencia estatal, no hay atención médica, la desesperanza cunde por todas partes y, lo que es peor, no parece haber futuro. Ha bastado un tiempo relativamente corto para que surjan las grietas y los declives de una mala gestión de los ingresos petroleros. Es decir, nunca nadie imaginó una política integral para desarrollar esa comarca. Los ingresos fueron mal distribuidos y peor administrados, lo cual trajo como consecuencia una prosperidad ficticia y falaz, un progreso asentado sobre frágiles sustentos.


Eso fue el petróleo para tantos pueblos selváticos. Una ficción de progreso que se hizo trizas en poco tiempo, dejando una alarmante secuela que tiene que ver con la contaminación provocada por los reiterados derrames petroleros. Ello es lo peor que ha podido pasar a esas aldeas acostumbradas a vivir en armonía con la naturaleza. Porque desarticuló un atributo que se nutre de la sabiduría ancestral, de la visión primera de las cosas, de la cultura oriunda. Andoas también sufrió su propio calvario y no dejó de verse involucrado en esas agresiones que atentan contra la vida de los pobladores. ¿Qué fue entonces el petróleo para aquellos que tienen que padecer sus efectos nocivos y perniciosos? ¿Cómo puede generarse tanta miseria en medio de tanto esplendor?


La falta de una real política de inversión, la carencia de un proyecto integral de desarrollo, podrían explicar ese desface, esa grieta. Y sorprende que las autoridades, o los que tienen la sartén por el mango, los que tienen el poder de decisión, no hayan intentado nada para impedir la miseria en el esplendor. Es asombroso comprobar que ese patrón se repite en otros lugares donde hay petróleo. Desde ese resultado a la vista entonces se puede decir que el oro negro es tan pernicioso como el caucho. Porque ambos esplendores son un catálogo de marginación y de atentados contra la vida de los lugareños. ¿Qué bonanza fue o es el petróleo cuando genera pocos ganadores, cuando se permite que los ingresos engorden otras arcas?


Pero el patrón de la miseria en pleno esplendor no puede seguir repitiéndose como una condena o un destino escrito de antemano. Ahora que Petro Perú va a explotar por 30 años el lote 192 conviene cambiar las cosas. Conviene hacer otro contrato social con los pobladores y diseñar la estrategia que ha faltado siempre en aras de invertir bien las pocas ganancias que quedan para los pueblos. No se puede seguir repitiendo el mismo manual que ya fracasó. Es urgente cambiar de rumbo, esbozar otro plan de progreso y desterrar para siempre esa miseria dentro del esplendor.