Mi amigo Bart

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Mi relación con las mascotas de la casa ha sido a través de una sana y, como no, aséptica equidistancia. Mi hermano tuvo un perro cuando era niño, nos encariñamos con él y murió trágicamente atropellado por un camión de carga por la calle Trujillo, cuando todavía no era un barrizal. Eso me causó un profundo dolor y congoja. Me almagró el alma. Desde entonces mi trato era medido, a veces, un poco distante con los animales. En la vuelta a Isla Grande [disculpen la insistencia, espero que el editor conservela Gmayúscula de Grande porque el mete la mano sin consentimiento y con impunidad] me topé con la mascota de mis sobrinos de nombre Bart. Es nervioso y al primer ruido ladra hasta despertarte. Pero él venció el muro de la equidistancia y dí un paso más allá. Me desempolvó el cariño a los animales que tenía guardado por años. Paseaba con él al verlo tan indefenso metido en su cuadril, mis sobrinos alegaban mil excusas para no pasearlo apelando al tiempo – en verdad que el horario es muy chungo pero, al mismo tiempo, pudieran reprocharles que no se hubieran comprometido a criar a un ser vivo como Bart, que es muy inteligente y sensible. Me generó cierta empatía ante su reclusión en el patio, eso tienen las mascotas muchas veces, nos hacen emerger emociones como en este caso la empatía. A las seis de la mañana y a las seis de la tarde eran las horas de paseo por la calle. En las tardes se sumaba mi sobrina Claudia, fue la única que gané o convencí a la causa de Bart porqué mis sobrinos hicieron caso omiso a las caminatas con él, fracasé en mi persuasión, estaban sumergidos en sus preocupaciones existenciales obviando a Bart, claro. Bueno, al final el mundo te da sorpresas como este caso con Bart, mi amigo Bart.