Por Marco Antonio Panduro

Casi de madrugada de vuelta en un fin de semana, desde la bajada de la Raimondi primera cuadra, se dejan ver todavía pequeñas siluetas oscuras. Vas acercando tus pasos hacia ellos, a medida que ya no es la primera cuadra, sino la segunda, aunque una falsa alameda te invite a sortear huecos, baches, y desniveles –eternamente en proceso de “Men at work”–, y llegues hasta la Plaza Castilla, y el olor a marihuana se impregna en el aire que corre por la noche.

No hay propósito de juzgar en que se metan un “porro” de vez en cuando. Los viejos se toman sus “chelas” y no hay objeción hacia esa conducta. En el escándalo está el pecado. No hay ánimos moralizantes ni de juez, menos inquisidores en estas líneas. Esta caligrafía toma otra ruta.

Si estuviéramos en Ámsterdam, o en algún estado de Norteamérica, o algún lugar donde se ha legalizado su uso, ese no sería el problema. Puede haber sanción penal si ya no es para consumo personal en Perú. Frente a las narices de policías que rondan, basta solo dar unos pasos más allá. Hay veces, claro, que hay excesivo uso de la fuerza, cuando están mal humorados –es de suponer–, y hacen una redada donde se llevan en la tolva de un patrullero del serenazgo a tres gatos desnutridos.

Mientras en el primer mundo y en las grandes urbes de alto flujo comercial y bursátil el hombre se explota así mismo, y cree estar llegando a la cima del mundo, plantando una bandera de conquista en una Luna infértil, trabajando más y más para otros –a decir del tantas veces citado en el primer mundo Byung-Chul Han–, aquí pareciera que no hay mucho para escoger. El alma puede morir de inanición. Puede que haya mucha gente que ignora poseer un cuerpo etéreo e invisible que mueve ese andamiaje óseo y envoltura muscular.

La cantidad de jóvenes, a cualquier hora, que hacen nada más que beber, fumar y hablar; no quiero pensar que sea temática de conductora de chismes de televisión. Y ello va porque no es precisamente Iquitos sea ciudad que les ofrezca alternativas al tiempo libre; mejor dicho, al tiempo muerto. Queda ello, ser un cuerpo arrastrado por una corriente a la que no ofrece resistencia.

El boulevard y su remozamiento suspendido e inacabado. Los ruidos de los parlantes que ladran desde los comercios en los jirones Próspero y Arica. No son nuevos estos temas. Resultan ya manidos, trillados. Pan de cada día. ¿En qué momento se jodió Iquitos? Ese conato de respuesta da para un libro o para un lacónico, “desde siempre”.

Casi sin excepciones, el hombre de prensa, de radio, de la televisión, local, confunde roles. No es función del comunicador social, ni del periodista –no hay gremio que acoja a un freelance, líbero como un libre pensador, o intento de serlo– poner soluciones sobre la mesa. Corresponde al funcionariado, al servidor público, a la autoridad elegida –también esto ya lo sabemos– evaluar y “ejecutar”, como le llaman –y esto último suena casi a fusilar–. A los primeros les atañe poner el tema en relieve, reunir fuentes, recolectar versiones, dar espacios de discusión y de reflexión sobre un algún de urgencia. A los segundos, tomar el camino de la solución del asunto de marras.

Es de obligación –así dicen las normas– hacer extensiva a la comunidad la implementación de tal o cual medida; por ejemplo, el nuevo plan de seguridad ciudadana. Pero el sello distintivo de una sociedad como la iquiteña es que anunciada una medida se cree que esta funcionará por obra y gracia de Dios, vamos a decirlo así, o en piloto automático, si usted prefiere esta expresión. Obviamos la constancia. Nuestros propósitos y emociones son febriles, y como tal, pasado el calor del momento, volvemos a modo “monotonía de la cotidianidad”.

Pero a lo que íbamos. Sin alternativas que escoger, sin lugares a donde ir –un cinematógrafo, un museo multitemático, un espacio al aire libre para conciertos, una comedia en algo más que un pequeño anfiteatro, los cuales deberían de estar abiertos a todo público y fuera de todo interés mercantil desproporcionado–, evadir la idea de que toda muestra cultural o expresión artística que no represente facturación no sirve –como el pésimo servicio de luz o el deficiente de agua–, es dejar que estas masas de jóvenes sigan allí, en la Raimondi y calles aledañas, “matando el tiempo” de cabo a rabo, como se dice, ingenuos de que el tiempo nos mata a todos.

1 COMENTARIO

  1. BUEN COMENTARIO SOBRE LA REALIDAD EN NUESTRA CIUDAD, UN PUNTO DE VISTA OBJETIVO Y CON VERDAD.

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