Escribe: Percy Vílchez

En la crónica roja de la policía no es frecuente la referencia a delitos cometidos por mujeres. De vez en cuando aparece alguna noticia sobre féminas involucradas en acciones delincuenciales. Por ahí aparece entonces una bandolera vinculada a alguna incursión piratesca, a una banda de asaltantes o a tal acción vinculada a un asalto o a una imprevista estafa. En el presente el aporte mujeril al delito se ha incrementado con la aparición reiterada de las hamponas nocturnas, las asaltantes del amor ficticio o las peligrosas peperas.


Ellas pueden formar bandas o colectivos para operar en fiestas y bares. La modalidad que emplean es la promesa del goce carnal. No faltan incautos que caen en sus seducciones calculadas con la ilusión de desenfreno sexual. Pero pronto acaban dopados y abandonados en cualquier parte. De esa manera, hoy por hoy en Iquitos, es corriente que amanezcan ciudadanos en paños menores en algunas calles. El espectáculo se ha vuelto normal y no existe una estrategia para combatir a las hábiles peperas. Lo que quiere decir que las damas vienen ganando la batalla.


De esa manera ya no es sencillo para nadie salir a la calle con apetito de aventura. El que menos corre el riesgo de acabar mal en cualquier momento. En los lances del amor tampoco nada es seguro. Porque en la ocasión menos imaginada una novia puede ser una avezada pepera, gracias a la presencia de las peperas que innovaron el delito en una zona tradicionalmente dominada por los varones.


“Nos encontramos preocupados, a diario encontramos a personas inconscientes que son abandonadas a su suerte”, reveló un afligido vecino, graficando la inseguridad cotidiana que se vive ahora en una urbe donde domina el Dios del amor, según dice la letra de una conocida canción de Raúl Vásquez. La ciudad oriental ha perdido su paz y su sosiego. Es una isla bañada por el temor, la angustia y otras desgracias. Las bandoleras nocturnas son solo una novísima contribución al desastre de todos los días.