Por Miguel Donayre Pinedo

No hay nada peor que los indignos para el pensamiento libre. Son un lastre. Están reducidos a su atril, a su mezquina provincia mental. A sus comparaciones inútiles y fútiles. Se embriagan y nadan de envidia de lo ajeno. El mundo y los demás les parecen una bazofia. Están atrincherados bebiendo sus miserias y miasmas. En sus elucubraciones inanes. Miran lo que hacen los demás pero no se fijan de sus estupideces que crecen como el orégano delante de sus ojos. Tocan las narices con el ánimo de dejarse notar. La inoportunidad de sus gazapos y el recelo a los terceros son la guía de su pensamiento. Son los que anidan y dan cobijo al resentimiento, el rencor y ventilan sus malos humores a donde van. Huelen a inmundicia. Son los sicarios que disparan desde las esquinas con el ánimo de desacreditar, de enlodar sin fundamento salvo para honrar sus miserables espíritus. Muchas de estas almas se cuelan en las redacciones de estas campañas electorales, miren las campañas contra las personas públicas. Sin más dejan su mediocridad vertiendo tinta sobre el papel.