Escribe: Percy Vílchez

A estas alturas del partido estamos ya lejos del inicio de clases, de los discursos de ocasión y de las promesas de una mejor educación para todos y todas. Pero en algunos lugares no comienzan todavía las clases escolares. Y ello no ocurre en una remota aldea de la lejana provincia fronteriza o en un villorrio ubicado en algún lugar, sino en la misma ciudad de Iquitos. Aunque parezca mentira. Ocurre que desde el año 1917 la institución educativa 28 de Julio o 60097 sufre una aguda crisis de la más elemental infraestructura.


La señora Alejandrina Moreno es la actual directora de ese plantel en desgracia y ella dice que se ha cansado de hacer gestiones ante las autoridades pertinente para que arreglen esa entidad precaria. Nadie ha podido hasta ahora acudir en ayuda de los estudiantes y estos siguen sentándose en ladrillos que llevan de sus casas para estudiar o alimentarse. Ello nos parece que es el colmo de dicha institución que no tiene ni carpetas para la necesaria comodidad de los escolares de ambos sexos.


Y los ladrillos en mano y a la vista revelan la profunda crisis que atraviesa el sector educación. A lo largo de los meses y del mismo año no dejan de manifestarse esos declives que se suman a las desgracias que son una nefasta costumbre. Los ladrillos son una parte más de los implementos escolares de los pobres estudiantes. Ellos y ellas tienen que cargar esos objetos para que tengan donde sentarse en la horas decisivas y fundamentales de la tarea educativa. En esos ladrillos, más que en cualquier parte, se revela todo el drama de una educación deficiente que anualmente se importe en la región, en la Amazonía en general.


Es imposible que alguien aprenda algo en esas condiciones de incomodidad. La educación queda estancada en esos lugares lamentables. Así todos los años como la repetición de una maldición diseñada entre los astros remotos. iEs increíble el grado de ineptitud de las autoridades educativas que cada año repiten los mismos errores y no atinan a esbozar un plan integral de mejoramiento educativo. No atinan a sanear las infraestructuras deficientes y permiten que los inicios educativos tengan esas desgracias clamorosas.


Los ladrillos que reemplazan a las sillas o las carpetas se quedarán allí hasta el día en que las autoridades hagan algo en beneficio de ese pobre centro educativo. ¿Arribará ese día en que regresen los muebles escolares de costumbre? ¿O todo seguirá igual, en el descuido y el abandono? ¿En qué momento entonces se cansarán los alumnos y alumnas de cargar sus ladrillos para poder sentarse a escuchar las clases? ¿Cuándo aparecerán en el horizonte verdaderas autoridades educativas capaces de hacer un cambio radical en ese sector tan importante para cualquier sociedad?