La derecha al menos española [puede haber otras similares en América Latina y de hecho existe] grita, alborota, se desgañita frente a la manipulación televisiva en Cuba o Venezuela. Les aterra ese intervensionismo estatal, les genera urticaria. A grito pelado enarbolan las banderas de la libertad de expresión contra esa intromisión. No cesan. Esta es sagrada, sagradísima. Se vuelven un engorro en los foros denunciando esa limitación de este derecho humano. Se vuelve un mantra. Cuando cogen un tema no lo sueltan. Es el banderín que levantan casi las veinticuatro horas del día. Dan la matraca. Los acusan que son regímenes totalitarios o los usan como ejemplo de una seria (y grave) afectación a la libertad de expresión derecho fundamental y al pilar de la democracia entre otras argumentaciones (muchas de ellas son retórica bufa). Hasta ahí bacán. Pero del dicho al hecho al mucho trecho. Porque cuando ellos están usando desde el poder este derecho/libertad las cosas cambian rotundamente. Me explico, cuando ellos ejercen el mando, de los medios de comunicación de índole pública, lamentablemente, no saben gestionarlo o lo gestionan mal a posta. Con dolo y alevosía. Dilapidan lo que hay en las arcas fiscales. Se les ve el plumero a mucha distancia. Irrumpen en las noticias. La manipulan a su antojo. Pagan sueldos exorbitantes (de vergüenza) a los tertulianos de su mismo sello ideológico y para más inri hacen quebrar a la televisión pública para luego venderla a sus amiguetes cercanos al partido. De lo público (el impuesto que pagamos todos y todas) han hecho un negocio y les sale barato. Ponen más luz a unos y opacan a otros, preferentemente al adversario político o a quienes no son de su misma cuerda los insultan o inventan noticias. La tolerancia que es un valor de la libertad individual la arrojan por los suelos. Todo el discurso de adalides de la libertad de expresión se va a las alcantarillas. La ciudadanía ante ellos se halla desamparada.

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