La pasión turca. El palacio de Topkapi (4)

Por Miguel DONAYRE PINEDO

A unas horas para volver a Madrid fuimos a ver el Palacio de Topkapi, a orillas de Bósforo, del Marmara y del Cuerno de oro, como mínimo para visitar este palacio recomiendan tres horas, por eso lo dejamos esa mañana. Es un palacio que desde que entras hay árboles y caminos a diferentes estancias. Ese día el sol despertó muy temprano que opacó el llamado del almuédano. Uno de los sitios más recomendados es el Harem. Las primeras habitaciones de este recinto eran  el lugar de los eunucos negros. Eran quienes cuidaban de las elegidas del sultán. Luego están las habitaciones de éstas, eran varias para calmar la sed de arrechura del sultán. Pero al margen de estos insaciables apetitos sexuales, el poso es de una raíz larga de machismo. Entre las elegidas se iniciaba una descarnada lucha por el poder, quién era la predilecta del sultán adquiría poder y otros beneficios. Las habitaciones llenas de alfombras, azulejos de una belleza sin parangón. Es de una época que deslumbró y que todavía quedan sus cenizas. Mientras escribo estas líneas se me entrecruza las lecturas de Orham Pamuk. Su aproximación a Estambul difiere de la mía – obviamente, soy un ingenuo viajero de paso. De él su visión es de una ciudad que vive de la morriña, del brillo que un imperio que se fue [tiene ecos con Isla Grande o Iquitos y lo que fue el caucho]. Hay amargura y los colores predominantes en la ciudad son el blanco y el negro. El quiere quitar esa aproximación edulcorada sobre la ciudad, [como la que tienen muchos amazónicos que viven añorando tiempos que fueron y otras horteradas]. El citado escritor estambulí quiere una ciudad que se vea así misma. El piensa que una visión romántica y dulzona no le deja ver su propia cara. Es un punto que compartimos. En Topkapi no solo hay sensualidad también hay tristeza, sí tristeza en cantidades ingentes.