La reciente fiesta carnavalera se hizo agua para los moradores de dos calles de Anita Cabrera. Ocurrió que ellos y ellas ganaron el concurso patrocinado por la municipalidad de Maynas y por una firma cervecera.  En las bases decía que los ganadores iban a recibir dinero y cuarenta cajas de espumeante cerveza. Luego del concurso les dieron el dinero pero no las apetecibles cajas. Lo peor de todo es que tanto los ediles como los cerveceros se hicieron los locos y no dieron noticias de las famosas cajas. Era como si nunca hubieran prometido entregar el licor a nadie. Y eso  simple y llanamente era una burla.

Entonces, en un arrebato justificado, los habitantes de ambos asentamientos iniciaron la batalla de las cervezas. De un momento a otro aparecieron en varias partes protestando contra esa estafa. Con marchas de protesta, con interrupción del tránsito vehicular, con tomas de locales, exigieron a quien correspondiera la entrega de las cuarenta cajas de cerveza. Tanto los ediles como la empresa mencionada trataron de evadir la cuestión y salieron con la cantaleta de que nunca habían ofrecido ni una sola cerveza. Los protestantes entonces radicalizaron su medida de lucha.

Para ello tomaron las principales iglesias con rehenes adentro y luego se crucificaron como mártires ante la vista y la paciencia de los transeúntes. La crucificación era sucesiva y espectacular y daba la impresión que era un holocausto definitivo. La presión fue tan intensa que de un momento a otro aparecieron en alguna parte las cuarenta cajas de cerveza. No había cerca ningún edil y ningún representante de la empresa cervecera y era como si las cajas hubieran aparecido por arte de magia. Las cervezas repentinas estaban bien heladas y listas para ser consumidas, pero los moradores no se dedicaron a beber sino que vendieron las botellas a precio rebajado. Así fue como se acabó la tremenda guerra de las cervezas.