En nombre de las banderas se han justificado guerras, juramentos estériles, retóricas vacuas y encendidas, corrupción entre otros flagelos de la vida pública, por supuesto, nada ejemplar. Cuando a un líder político se le acusa de corrupto inmediatamente sale a coger la bandera y se enrolla a ella como Alfonso Ugarte y vocifera, están dañando a la patria (al menos en España y Perú es pan del día esta escenificación grotesca de patriotismo). Nada más falso. Este símbolo de la patria mantiene latente lo más gregario de nuestro ADN. Quiere indicar una historia, un territorio, un presente y muchas cosas más que la oratoria patriotera quiere exaltar. Pero creo que puede ser un símbolo obsoleto, en la actualidad este emblema instrumental es para desunir, es para desandar la construcción de un proyecto en común. Un caso de muestra es con la inmigración de personas (no el de capitales porque como ya sabemos, el capital no tiene bandera ni nacionalidad solo lucro y especulación). Cuando quieres separar apelas a esa bandera, así lo hace Europa de cara a la inmigración que viene de África y de otros continentes (es un continente de memoria muy corta).  Alguien decía que era, la bandera, el último bastión que falta para desterrar el nacionalismo, y razón no le falta. Confieso que cuando observo banderas me dan cierto repelús, pienso que es un regreso a la tribu, a la caverna, al provincianismo mental y banal. Sí mi padre, muy nacionalista, lee esta crónica seguramente me reprochará y refrescará la memoria que en su día, en el colegio, portaba como parte de la escolta escolar la bandera bicolor. Claro, eran los años verdes, le replicaría, además mi relación con la patria ha cambiado o nosotros lo de entonces no somos los mismos como diría el poeta. Pero aquí en España hay un abuso del uso de las banderas que hasta los de IKEA, Microsoft también la enarbolan. Agota. Aburre. Recordemos que este es un país viejo que guarda también rencillas de siglos que han formado un poso contradictorio de emociones y esta falta de saneamiento de los sentimientos hace que se enarbolen banderas por cualquier motivo (el fútbol es uno de esos ámbitos). Es una escena cotidiana cansina que cosifica. Que atraganta. Me parece que el patriotismo no pasa por izar banderas sino de un compromiso cívico y de valores como los derechos humanos por tu pueblo, país, continente y con el mundo.

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