Para la ilustración de este artículo opté por elegir algunas viejas fotografías que muestra al pueblo indígena de nuestra Amazonía; inocente, alejado de cualquier sospecha o de algún indicio que le hiciera presagiar la desgracia que les acechaba, voy a tratar de relatar esta historia de la manera más simple y didáctica posible : Sin duda la llegada de los conquistadores europeos inició un ciclo de transformaciones de los pueblos indígenas Amazónicos. Contra lo que suele pensarse este fenómeno empezó a ocurrir muy temprano. Apenas un año después de la captura del Inca en Cajamarca (1532), la 1ra expedición de Alvarado se internó hacia el este desde Chachapoyas. Tres años después «Porcell» emprendía la conquista de Bracamoros, en esa misma ruta más al norte, tras la fundación Española de Quito. En 1538, Díaz de Pineda partió hacia el este en busca de la Amazonia (o País de la Canela como lo llamaban los españoles); en 1539 Alonso de Mercadillo, llegaba a orillas del Marañón y Huallaga. Apenas tres años más tarde la expedición de Orellana lograba navegar todo el río Napo y llegar a la desembocadura del majestuoso Amazonas. Inmediatamente le siguieron otras muchas expediciones.

Estas expediciones que atravesaron territorios indígenas no resultaron necesariamente en su ocupación inmediata, pero dejaron huellas indelebles de su paso. No transcurrieron ni 20 años antes de que dos fenómenos se presentaran con violentos resultados. Las epidemias de la viruela, la gripe y el sarampión que azotaron las aldeas repetidamente a lo largo de varios siglos fueron diezmando la población de los diversos pueblos indígenas – Fue terrible impacto de las epidemias entre la población indígena. Ya que se convirtieron en un gran flagelo, recuerden que ellos no contaban con los anticuerpos requeridos, es así que enfermedades tan comunes en Europa como la gripe, la viruela, el sarampión la varicela, asolaron desde el primer momento, causando una mortandad nunca antes vista por los aborígenes de la Amazonía. Una simple gripe terminaba causándoles la muerte – en ese mismo lapso, en los lugares que los españoles encontraron lavaderos auríferos, establecieron encomiendas, fijaron tributos y exigieron trabajo gratuito. Una y otra vez los indígenas respondieron con rebeliones o retirándose para escapar de estos daños. Las guerras, epidemias y exigencias de trabajo resultaron en una disminución de la población del orden del 68% – entre 1575 y 1595 – Fuentes jesuitas estiman que la población Jivaro reclutada, se redujo de 30,000 a 3,000, a consecuencia de las epidemias a finales del siglo XVI.

Por brutales que fueran los efectos tempranos, estos se agravaron a partir del siglo XVII, con el establecimiento de los pueblos misión, donde los efectos de la epidemia alcanzaron su más alta letalidad, debido a la concentración de personas y el comercio, que favorecían el contagio. No en todas partes los efectos fueron tan dramáticos o inmediatos. En algunas áreas amazónicas las rebeliones de pueblos indígenas unidos entre si o, en su caso levantamientos más localizados permitieron intervalos más o menos prolongados de repliegue y recuperación demográfica. En otras, los periodos de inestabilidad política en la colonia y la República restaron temporalmente fuerzas o posibilidades a los planes de ocupación de la Amazonia, lo que salvaguardó su territorio. Pero el desarrollo del ciclo extractivo del «Caucho» a partir de 1870 tuvo un efecto incomparable. No hubo zona que no fuera explorada o pueblo indígena que no fuera afectado por la violencia que allí se desató. Las epidemias y los secuestros de mano de obra tuvieron efectos igualmente dramáticos en términos demográficos y de desintegración social, pues los caucheros llevaron a sus peones lejos de sus familias.

La explotación del Caucho natural en el Perú apareció como actividad económica importante cuando el Estado hacía esfuerzos para promover la inmigración europea hacia su región amazónica, objetivo en el que había fundado sus esperanzas para poner en valor sus recursos. No obstante, sus afanes no fueron compensados con la inmigración masiva de colonos, ni con el incremento sustancial de la producción agropecuaria. El auge del caucho debe haber sido considerado, tanto por el gobierno como por los extractores y comerciantes de entonces, como una aparición milagrosa de la posibilidad de generar ingresos mediante el sencillo expediente de recoger un producto del medio natural y venderlo en Europa y los Estados Unidos. El caso más relevante es el de un fabricante y comerciante de sombreros de la provincia de Rioja (región de San Martín) llamado Julio César Arana que, aprovechando el auge, empezó a llevar sus productos por los ríos de la selva baja. (Frontera con Colombia – Río Putumayo). De esta manera comenzó una carrera en el negocio del Caucho silvestre que tendría un ascenso vertiginoso.

Julio C Arana se inició como acopiador del producto para luego vender a las casas exportadoras ubicadas en Iquitos, pero antes de que terminara el siglo XIX dió dos saltos importantes. El primero fue consecuencia de su asociación en 1890, con el comerciante colombiano Juan V. Vega; y el segundo, la fundación en 1896 de la firma “J.C. Arana y Hermanos”, que consolidó su posición como único habilitador en la zona del Putumayo. En 1901 fundó la firma “Arana, Larrañaga y Compañía”, en sociedad con el cauchero colombiano Benjamín Larrañaga y a su muerte, compró sus acciones a su hijo Rafael Larrañaga en 1905. Poco después Arana viajó a Londres para buscar capitales en Gran Bretaña. El 27 de septiembre de 1907 creó la empresa “Peruvian Amazon Rubber Company”, con un capital de un millón de libras esterlinas. La intención de constituir a su empresa como británica, además de captar nuevos capitales, tenía como objetivo principal dejar a salvo sus intereses en caso que la contienda del territorio donde él operaba (entre el Putumayo y el Caquetá), por entonces en disputa con Colombia, se resolviera en favor de este país.

Los colombianos no se quedaron atrás, e hicieron lo mismo y con idéntica finalidad: asegurar sus inversiones en la zona en caso que el territorio quedase en manos peruanas. Por eso, al mismo tiempo que Arana registraba su empresa en Inglaterra, ellos constituyeron un sindicato con inversionistas norteamericanos, Hnos. Selleck, sobre la base de propiedades que el gobierno colombiano había otorgado a la empresa colombiana Cano, Coello & Cía. Finalmente, endeudados y atemorizados por Arana, Cano & Coello terminaron cediendo su concesión al cauchero. En este juego de intereses económicos, encubierto por discursos patrióticos y de defensa de las fronteras, Arana no tuvo reparos en asociarse con otros inversionistas y políticos colombianos como el diplomático Enrique Cortés, que en 1907 era Ministro Plenipotenciario de Colombia en Washington, quien no solo era su agente comercial en Londres, sino que fue socio fundador de la Peruvian Amazon Co. Ya desde esos tiempos «La Asociación Ilícita para Delinquir» hacia sus pininos.

La obtención de mano de obra para trabajar en la empresa era un tema central. Para resolverlo. Arana encargó a su socio Abel Alarco que viajara a la isla caribeña de Barbados y le consiguiera gente. Allí reclutó cerca de 200 barbadenses para supervisar la recolección de gomas. Los extractores directos fueron indígenas de la región, en especial, Boras, Huitotos, Ticuna, Shimaco y Zaparo. El sistema de trabajo se basó en la habilitación; es decir, en la entrega de productos industriales a los indígenas que ellos debían pagar con gomas. Como la relación de intercambio era asimétrica, en tanto que los precios de los productos entregados a los indígenas estaban sobrevaluados mientras que el valor de aquéllos con los cuales estos los pagaban estaba subvaluados, las “deudas” se fueron haciendo impagables. Los indígenas que mostraban su disconformidad con el sistema comenzaron a ser castigados y los que osaron rebelarse fueron bárbaramente asesinados. Como los jefes de estaciones gomeras ganaban un porcentaje sobre el caucho recolectado, ellos impusieron condiciones cada vez más duras a los indígenas. La situación llegó a convertirse en un verdadero régimen de terror, con castigos físicos (uso del cepo, flagelaciones, mutilaciones) que causaron miles de muertes. Los cálculos de Arana para convertir su empresa en británica le salieron mal. No sólo no le sirvieron para salvar sus intereses en la región sino que, debido a que las denuncias comprometían a la vez, a una empresa registrada en Londres y a súbditos británicos, como eran los barbadenses, el Parlamento Británico ordenó una investigación.

La historia que sigue es el proceso de investigación ordenado por el Parlamento Británico y también por el gobierno peruano. Del primero dan cuenta los informes elaborados por «Roger Casement» y, sobre el segundo, los redactados por los jueces peruanos Valcárcel y Paredes. Estos dos jueces son figuras que actuaron con valentía y dignidad en un proceso lleno de mentiras y amenazas de los caucheros. Sin embargo, nunca se llegó a sancionar a ninguno de los implicados en las atrocidades del Putumayo, quienes huyeron antes de ser capturados. Arana quedó como una persona “que no sabía” lo que pasaba en la región y es aún hoy considerado por muchos en el Perú como una especie de héroe civilizador y patriota defensor de la frontera. La salvación para los indígenas de la región fue la pérdida de interés del mercado mundial por las gomas naturales. Sin embargo este hecho no se debió a las investigaciones que se iniciaron para determinar la responsabilidad de los gerentes y capataces de la empresa en las torturas y asesinatos de indígenas.

La verdadera causa de la caída del precio del Caucho fue la entrada en producción de las plantaciones que Gran Bretaña había establecido en sus colonias del sudeste asiático, con semillas robadas en Santarem (Brasil). El mayor volumen de producción ofertado por esas plantaciones y la mayor facilidad para cosechar las gomas fueron la causa de esta caída del precio del caucho amazónico. En efecto, en 1914 las plantaciones en el Sudeste asiático eran de alrededor de 1’200.000 hectáreas y producían más caucho que los bosques Amazónicos. Ese año el Caucho de plantación representaron el 60.4% del total mundial, porcentaje que llegó al 89.3% en 1920 y al 93.1% en 1922. A partir de esto se puede entender la caída del «Boom del Caucho en la Amazonía», para entonces los pueblos indígenas afectados por la explotación de las gomas silvestres serían protagonistas de nuevos procesos, en nuevos escenarios.

Sin duda la llegada de los inmigrantes Europeos, inició un ciclo de transformaciones para los indígenas Amazónicos. La explotación del caucho ha dejado huellas profundas en las sociedades que fueron sometidas a trabajos forzados por los Caucheros. La drástica caída demográfica de la población indígena, sobre todo en la región del Putumayo, es una mancha negra en nuestra historia, donde a finales del siglo XIX habían alrededor de 50 mil personas pertenecientes a los pueblos Huitoto, Bora, Ocaina, Resígaro y Andoque, entre los principales. En la primera década del siglo XX, esa población no llega ni a 10 mil almas. Cuando el controvertido Julio C. Arana, y su empresa «La Peruvian Amazon Company», aún no terminaban de asimilar el impacto de la caída de precios del producto en el que había basado su prosperidad, hecho que por supuesto afectó no sólo a Perú sino a la totalidad de países de la región amazónica. las pugnas que enfrentaban a Perú con Colombia por la posesión de los territorios comprendidos entre las márgenes izquierda del Putumayo y derecha del Caquetá, se resolvieron a favor de éste mediante el tratado de límites Salomón-Lozano, suscrito en 1922, durante el gobierno del presidente Augusto B. Leguía, y ratificado por el Congreso nacional recién en 1928.

Este acuerdo fue duramente criticado por una serie de instituciones nacionales, como el Colegio de Abogados (1933), y de personalidades, como el juez Carlos A. Valcárcel (1931), quienes, entre otras consideraciones, cuestionaron que mediante el tratado se había entregado a Colombia más de lo que había reclamado en un primer momento, como fue el caso del llamado “trapecio amazónico”, donde se ubica Leticia, lo que le permitió a este país tener acceso directo al Amazonas. El tratado no trajo la paz sino que atizó los conflictos políticos internos y sobre todo, las confrontaciones armadas externas entre Perú y Colombia de una manera mucho más intensa que las que se había dado en épocas anteriores. El descontento nacional por la firma del acuerdo y en general, por la conducción política del país, se expresó en el Manifiesto Revolucionario que avivó el sentimiento patrio y motivó la formación de la Junta Patriótica en Loreto. El 1º de setiembre de 1932 un grupo de civiles y miembros del Ejército residentes en Caballococha y la misma Leticia tomaron este poblado con el fin de reintegrarlo al dominio nacional, al igual que la totalidad del Trapecio Amazónico. Esto encendió la chispa de una serie de enfrentamientos armados. El último de ellos tuvo lugar en Puca Urco, aguas abajo de la desembocadura del río Algodón en el Putumayo, en mayo de 1933. Finalmente, el 24 de mayo de 1934 ambos países firmaron el Protocolo de Amistad y Cooperación, reconociendo los términos del tratado Salomón-Lozano.

Este recuento histórico sobre los enfrentamientos entre ambos países en la zona del Putumayo es importante para comprender el contexto en que se produjo el traslado de la población indígena desde Colombia hasta el Perú. Como es usual en los relatos históricos, cada fuente se refiere a los acontecimientos desde su propia perspectiva nacional y, más concretamente, desde sus propios intereses. Entre las cuestiones objetivas que puedo rescatar de esas narraciones, me quiero referir ahora solo a dos de ellas: que el traslado se produjo en medio de serios enfrentamientos armados entre los dos países y que el interés principal fue por el control de la mano de obra indígena. Según diversas fuentes, en 1924, es decir, dos años después de la firma del tratado de límites, algunos altos empleados de la «Peruvian Amazon Company» comenzaron a trasladar población indígena, principalmente boras, huitotos y ocainas, y también unos pocos resígaros y andokes sobrevivientes de la barbarie cauchera, hacia el Perú. Los autores principales de esta reubicación fueron los hermanos Carlos y Miguel Loayza, este último, ex jefe de una de las sección gomera de la citada empresa de «Julio C. Arana».

Ellos necesitaban mano de obra para la producción agropecuaria y extracción de nuevos productos del bosque que habían ido cobrando importancia económica en el mercado internacional, como la explotación de maderas y resinas. El traslado de la población indígena se realizó en dos momentos. El primero de ellos fue entre 1924 y 1930. Durante ese tiempo los Loayza establecieron fundos en la margen derecha del Putumayo en Puerto Arturo, Nueva Colonia Indiana, Remanso, Santa Elena, Puca Urco y Boca del Algodón, donde se estableció la sede principal de la empresa. Los enfrentamientos armados posteriores a la toma de Leticia en 1932, dieron origen al segundo momento, en el cual la población indígena fue llevada hacia el interior del Perú, específicamente, al río Ampiyacu. Las personas mayores que habitan en el río Ampiyacu recuerdan hoy este episodio tal como les fue contado por sus padres. El traslado durante este segundo tiempo se produjo primero por río, descendiendo el Putumayo hasta su confluencia con el Amazonas, en Brasil y, desde allí, remontándolo hasta la boca del Ampiyacu; y después, cuando el tráfico por el río fue bloqueado por embarcaciones colombianas utilizaron las trochas que unen el Putumayo con el Napo y el Ampiyacu, senderos usados tradicionalmente por la población indígena para comunicarse y que, durante el conflicto, fueron las vías a través de las cuales el Perú abasteció, con armas y alimentos, a sus tropas en la frontera.

Mediante este sistema se trasladaron 6719 personas de diversos pueblos indígenas, principalmente Huitotos y los demás de los pueblos Bora, Ocaina, Muinane y Andoque. Si sumamos las personas trasladadas, con las fallecidas a causa de la explotación del caucho durante la época de auge extractivo, podemos prever que la zona de origen de esta población quedó prácticamente despoblada. Los informes de la época se refieren a esto de la siguiente manera: El entonces Coronel Acevedo, jefe de la Colonización Colombiana, en uno de sus viajes a su paso por ‘El Encanto’, declaró que nada podía hacer por estar todos los brazos en territorio peruano. En el mismo sentido apunta una anotación de los autores de este informe, al indicar que: “Cuando las Comisiones demarcadoras de límites llegaron al Putumayo [no precisan fecha], la población casi en su totalidad estaba en territorio peruano, quedando unas pocas familias en ‘La Chorrera’ y ‘El Encanto’. Sin embargo, Colombia no reaccionó frente a esto hasta mucho después y dejó que progresaran los fundos establecidos en la margen derecha del Putumayo. Es interesante la alusión que los autores hacen en su informe a la “efímera duración” de las explotaciones forestales. En efecto, para extraer la resina de los árboles de caucho los extractores tumbaban el árbol. A diferencia de lo que sucede con los de shiringa, que eran sangrados, la bonanza económica generada por el caucho estaba destinada a decaer si no se encontraban otros recursos. Por esta razón, en los nuevos emplazamientos comenzaron a experimentar con cultivos, señalando que en 1931 tenían 370 mil almácigos en las secciones de La Chorrera.

Es por eso, que se llega a considerar el absurdo de que la toma de Leticia de 1932 no como un acto patriótico sino como un evento que les causó desgracias. Se refieren al hecho como los más ingratos e inesperados de las sorpresas y el más inmerecido y funesto trastorno de nuestros trabajos y proyectos. Señalan que ese incidente solo sirvió para que Perú retome Leticia, pero arruinó completamente las labores que con tanto empeño y sacrificio se habían desarrollado en siete años de ininterrumpido esfuerzo. A partir de entonces, ambos frentes se vieron inmersos en un conflicto que les causó cuantiosas pérdidas. Refieren con detalles las que tuvieron en Puca Urco, abajo de la boca del Algodón, al ser invadido el fundo por tropas colombianas, el 7 de mayo de 1933. Cuantifican que perdieron 160 vacas, 238 cerdos, más de 900 aves, chacras de yuca, plátano y frutas. También refieren los estragos causados por esas tropas, tres días más tarde, al tomar la sede principal ubicada en el río Algodón: destrucción de talleres de carpintería, mecánica, fundición, aserradero, piladora de arroz, centrífugas de azúcar y otras zonas. No todos los indígenas, sin embargo, fueron a internados y orfelinatos religiosos. El conflicto generado por la toma de Leticia abrió la posibilidad a patrones caucheros colombianos “de reclutar como trabajadores” a indígenas que habían huido del acoso de la empresa «Peruvian Amazon Company». La capacidad de resistencia de las sociedades indígenas afectadas por la barbarie de los caucheros es asombrosa. Tanto en Colombia como en el Perú han recompuesto sus sociedades, constituyendo organizaciones para luchar en la defensa de sus derechos al territorio, a la identidad y a la libre determinación.