Iquitos: recrear para existir

Moisés Panduro Coral

Estuve todo el fin de semana anterior, -incluido jueves y viernes santo-, cooperando en la distribución de ayuda a los damnificados de la inundación más grave de los últimos años que ha ocurrido en la ciudad de Iquitos y la región Loreto. La última vez que vi una creciente de esta proporción fue en 1986 cuando el nivel de agua, según la referencia histórica, llegó a 118.52 m.s.n.m. En aquella oportunidad acompañé en la tarea a don Máximo Meléndez Cárdenas y al recordado Armando Ferreyra López Aliaga, entonces alcalde provincial de Maynas y vicepresidente de la Cordeloreto, respectivamente, quienes de manera meticulosa, diligente y silenciosa distribuyeron toneladas de ayuda efectiva en los asentamientos humanos de Iquitos y en varios lugares de Loreto, entre éstos, Contamana,  donde -puedo decirles porque estuve ahí- el hidroavión llegó a acoderarse en la plaza de armas. En el momento que esto escribo, el nivel de agua está en 118.79 m.s.n.m. Ya tenemos un nuevo récord.

Aún cuando entre una marca y otra exista menos de 30 cm de diferencia, debo decir que la inundación de nuestros días ha magnificado sus consecuencias debido a que las áreas inundables han sido ocupadas masivamente por una población que busca áreas que les garanticen accesibilidad a los centros de servicios. Iquitos, dividida hoy en cuatro distritos conurbanados, además de carecer de una especialización productiva es una ciudad que ha crecido desorganizadamente, a punta de invasiones de propiedad privada, de ocupaciones de terrenos destinados a infraestructura pública; de instalaciones precarias en zonas vulnerables y de alto riesgo, las que después fueron convirtiéndose en áreas periurbanas de carácter permanente en las que las exigencias son: agua, alcantarillado, energía eléctrica y el consabido levantamiento de rasante con el que se intenta ganarle a las aguas en época de creciente.

Sin embargo, pocos han tomado en cuenta que el régimen de los ríos de selva baja es tan dinámico que nos obliga a avizorar las soluciones bajo otra perspectiva. Un dinamismo que se denota, por un lado, en desviaciones periódicas de sus cursos pues recorren suelos aluviales con una pendiente exigua (+/- 5 cm/km); y por otro lado, en el incremento y reducción –dos extremos- del volumen de sus caudales. La pregunta que surge trivial frente a esta constatación es ¿y por qué no se han tomado estas consideraciones para orientar el crecimiento y desarrollo de este espacio urbano fundado como puerto fluvial hace 148 años?. La respuesta tiene muchas vertientes, desde lo sociológico hasta lo económico-productivo, pasando por lo ambiental, lo político y lo institucional.

El hombre de la selva es un  hombre de río. Quiere estar cerca del río. Busca el río como vía de comunicación, puerto de entrada y salida, agua que limpia y refresca, fuente de alimentación. El río forma parte de su relación con la tierra que habita. Estas necesidades podrían haberse suplido si Iquitos contara con vías de conexión terrestre -las realistas que nacen de los sueños, no las fantasmagóricas que nacen de las pesadillas- que descongestione lo fluvial; con un servicio de agua potable y de saneamiento básico que llegue a todos sus rincones y que esté diseñado para satisfacer las demandas en el largo plazo; con un impulso convincente de la pesquería continental. Por lo que los indicadores evidencian, nada de eso hemos construido. Hemos preferido el camino ancho del facilismo populachero, antes que la senda estrecha del desarrollo sostenible.

En ese marco, y para sobrevivir y descollar en el mundo competitivo contemporáneo, Iquitos tiene que ser recreado. Esa recreación debe ser de especialización productiva (para mí sólo servicios financieros, logísticos y turísticos; mientras que el resto del territorio regional podría especializarse, además de los dos últimos, en servicios ambientales, y en menor intensidad, transformación forestal y de recursos de la biodiversidad). También de acondicionamiento territorial; y en lo que toca a este aspecto, un tema sustancial de este rediseño y que debe disponerse inmediatamente es la determinación de zonas de vulnerabilidad y riesgo, vale decir, la clara demarcación de los espacios habitables y no habitables en el espacio urbano y rural. Cuántos estudios, cuántos planes directores, cuántas toneladas de papel en zonificaciones que no tiene su correlato en la práctica, han sido elaborados en los últimos años. ¿Para qué?, para nada, si siempre actuamos con la irresponsabilidad de no decirle a la gente cuáles son  los límites en los que puede habitar.

En el mediano plazo, lo que debe lograrse es que el bendito Plan Director de Iquitos metropolitano funcione, se ejecute, se implemente. En mi opinión personal, esto pasa por considerar el eje de la carretera Iquitos- Nauta como la línea en cuyas márgenes debe crecer Iquitos, respetando los parámetros ambientales, urbanísticos y legales que ello supone. No hay que ser especialista para llegar a la conclusión que las tierras más adecuadas para el poblamiento urbano están ubicadas en el espacio que se encuentra entre los ríos Itaya y Nanay. Así, Iquitos, tiene como destino convertirse en una ciudad longa, creciendo entre estos dos ríos menores de sus cercanías, pero cuyas crecientes no le afectarían. Cerca a la confluencia de estos dos ríos con el Amazonas quedaría el Iquitos antiguo, de la nostalgia, del pasado que es indispensable preservar.

En el largo plazo, este repoblamiento podría seguir una hoja de ruta que, más o menos, tendría los siguientes pasos. Primero: sincerar las posesiones que hay en esas coordenadas; revertir al dominio público aquellas que deben revertirse, con el consiguiente pago del justiprecio si fuere el caso, respetando lo que debe respetarse. Segundo: Sobre esa base, delinear un modelo de desarrollo urbano, ofreciendo conjuntos habitacionales, lotes saneados y con precios alcanzables al aspirante a posesionario, cualquiera sea su condición social o financiera. Tercero: Dotar a esos espacios de los servicios básicos de agua potable, saneamiento, electricidad, comunicaciones, limpieza pública, transportes, centros de salud, centros de enseñanza, mercados, seguridad ciudadana, rellenos sanitarios y reciclaje, espacios de recreación y cultura, entre otros. Todo esto exige, naturalmente, un tratamiento multisectorial de gran aliento, de inversión pública y privada con rentabilidades sociales y económicas.

Cuarto: Hay que educar al ciudadano, edificar en él una conciencia de respeto al ambiente y a la propiedad, de actitud emprendedora y de praxis solidaria; tarea durísima para los educadores, padres de familia y líderes sociales, porque “educar es ejemplarizar” como dijo Haya de la Torre. Quinto, es imprescindible que se tenga en cuenta que Iquitos es la ciudad representativa de la selva. Es una ciudad de selva. Debe estar rodeado de selva, sus huertas, sus jardines, sus futuras amplias avenidas, sus calles, sus edificios; hay que incrementar las áreas de conservación en su alrededor, crear masas clorofílicas dentro de su estructura urbanística y sancionar penalmente a quienes atenten contra este designio.

Si el gobierno central, los gobernantes regionales y locales realmente están interesados en salvar Iquitos, pues la salida es recrearla, alejarla del río –sin que eso signifique pérdida de identidad-, llevarla a las partes más altas, defender con bosques el espacio urbano. Si esto no lo iniciamos ahora y no lo sostenemos decididamente en la forma de un “Pacto por Iquitos”, les aseguro que dentro de 25 años, o tal vez dentro de menos tiempo, estaremos en lo mismo, mirando una vez más como el agua ocupa las viviendas, entristecidos por los niños que sufren, angustiados por las pérdidas, lamentos por doquier, refugiados en albergues, letanías mediáticas, y todo eso que trae la inundación. Es urgente, por ello, apostar por gente pensante y, por supuesto, erradicar la politiquería farsante.