El otro día de este otoño que tiene pinta de verano miraba una película sobre un soldado norteamericano, Chris Kyle, conocido como “La leyenda”, era un francotirador y a quien se le atribuye, una cantidad muy elevada de muertes, que tan solo afinando la mira telescópica y  apretando el gatillo en Irak, se dice que tiene la cifra espantosa de 255 muertes. La película tiene por nombre “America Sniper”. Hay una imagen que me dejó de piedra esta película dirigida por Clint Eastwood. Es cuando el protagonista está en pleno tiroteo y está hablando con su mujer, en otra parte del mundo y viviendo otro contexto de paz y tranquilidad como es en Estados Unidos de América. Es decir, matar personas y conversar como van tus hijos al colegio, al mismo tiempo, es un asunto más en la vida. Como ir a comprar el periódico en la esquina. Es la situación exponencial de lo que se vivía en los campos de concentración nazi. Los nazis ejecutaban judíos y luego iban a jugar con sus hijos, leer sesudas novelas y escuchar música clásica como si nada hubiera pasado. Era y es un trabajo rutinario donde la capacidad de empatía con la víctima (que puede haber sido un niño) o del dolor por una muerte, la solidaridad, queda en un segundo plano. La muerte es un trabajo más, como el ir a la oficina a revisar papeles o de un trabajador de ir a conectar cables para las líneas telefónicas. El no saber distinguir esas situaciones con la muerte de una persona estamos generando una sociedad que crece inmune a las emociones por el otro. Es un trabajo más, el apretar el gatillo, y ya está se dice con tufo pragmático. Al mismo tiempo que se sucedían las explosiones de Inglaterra, en Manchester, una embarcación de refugiados africanos, con el sueño europeo en la cabeza, se volcaba al mar con niños. Los niños que fallecieron en Inglaterra por un brutal ataque terrorista tenían nombre y apellido. Los que volcaron en la embarcación era una más del montón. Malos tiempos.

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