Ginebra (III)

Por Miguel DONAYRE PINEDO

El clima para el último día anunciaba gris y, posiblemente, lluvias. Con esa información salimos al Jardín Botánico de la ciudad que está en la zona donde están los edificios de instituciones relacionadas con Naciones Unidas. Tomamos un autobús que nos llevó a la puerta del jardín. Y ese día una ONG organizaba un paseo de sensibilización por el Jardín Botánico y el malecón que mira al Lago de Ginebra se llenó de niños y niñas con sus respectivos padres, era un buen gesto a favor del medioambiente. Ese era el marco que encontramos. Es un jardín botánico lleno de árboles y en otoño luce de maravillas, las hojas amarillas le dan un matiz especial al día. Fuimos directo al mapa que estaba en la puerta principal y sugerí a Sonja visitar el invernadero de selva tropical – la cabra siempre tira al monte. El frío arreciaba un poco. Vaya sorpresa. En el invernadero tropical reprodujeron el clima y hasta los sonidos de pájaros y uno parecía un botánico en plena floresta. Cada planta rotulada con su nombre [me recordaba al tesón que pone mi amiga Elsa Rengifo para mantener el jardín botánico a su cargo por la carretera a Nauta ante la dejadez institucional]. Había muchas Victorias regias que llevaron al júbilo la alegría de Sonja. Clic, Clic. Lo singular fue que en el lugar donde mostraban semillas y plantas encontré a la Hevea brasiliensis, sí, el caucho que levantó la codicia enla Amazonía continental y con grave pasivo de vidas humanas en el caso peruano. Allí estaban muy orondos los huesos de la goma blanca. Es muy curioso que encuentre las semillas del caucho fuera de la floresta tropical. En Guatemala me topé con sus rastros que todavía las conservo en el Olmo y, ahora, en Ginebra. Parecía un azar de mal gusto cauchero encontrarlas fuera y distante de la selva.