[ Por: Gerald Rodríguez. N].

Fue ayer y lo recuerdo. El 1 de septiembre de 1932, compatriotas peruanos atravesaron el Gran Río Putumayo e invadieron Leticia, ciudad antes perteneciente a territorio peruano hasta la entrega al país cafetero después del tratado de 1927, tratado Salomón-Lozano, que fue firmado entre Colombia y Perú. Colombia acordaba a ceder territorios sobre la orilla sur del río Putumayo, donde la presencia peruana gozaba de una larga historia de actividades de extracción, (especialmente el caucho por el sanguinario Julio. C Arana) a cambio de jurisdicción indisputable sobre un trecho a las orillas del Río Amazonas. Un corto tiempo después de la ejecución del tratado Salomón-Lozano, la población de nacionales colombianos en Leticia se confinaba a un número reducido de funcionarios públicos enviados desde Bogotá para hacer presencia en el nuevo territorio nacional.

No hubo resistencia o muertes documentadas. Los colombianos atravesaron el río y tomaron refugio en la vecina población de Benjamín Constante, en Brasil. Mientras tanto, el presidente peruano, Sánchez Cerro, una figura populista de esos tiempos, argumentó que lo sucedido no había sido una invasión. Afirmó que él nunca había ordenado una invasión; que de hecho, la violación territorial había sido efectuada por civiles y por esto era una situación de carácter policíaco y Colombia debería tomar cuenta de esta como tal. El presidente peruano se hacía más afín a los intereses y a los vínculos emocionales y comerciales de sus compatriotas peruanos en la región. Parecía que la posesión peruana de facto del recién establecido territorio colombiano perduraría, anulando lo acordado en el tratado limítrofe Salomón-Lozano.

Este pequeño recorrido histórico, nadie lo celebra como el heroísmo con lo que se debe conmemorar en los libros de educación básica para nunca olvidar nuestra propia historia, pero parece que a nadie le interesa eso. Que los niños y jóvenes conozcan desde las escuelas el entreguismo infame de un laberintico militar y presidente del Perú y su lacayo comercial como fue Julio C Arana (que de patriota no tiene nada como cuando negoció con los colombianos la venta de terrenos caucheros de su propiedad dentro de la jurisdicción de Leticia, para no perder nada, que defendió sus terrenos antes de negociarlo y no la vida y la identidad de mucho peruanos ahí), el juego histórico de un pedazo de tierra, o más que un pedazo de geografía, la propia vida patriótica, la identidad peruana. Este pedazo de la historia amazónica como otros retazos es lo que se debe seguir fortaleciéndose para que no se vuelva a repartir, ya cada vez que un presidente del centralismo nos quiera negar nuestra identidad peruano regalándonos a otras culturas, nosotros y las generaciones de atrás hagamos un alto. Qué triste historia la nuestra.